Opinión

Premios de verdad

Premios de verdad

El buen periodismo, ese que trilla el sendero de la especie en extinción, ha recibido un vigoroso estímulo con dos premios nacionales e internacionales que en esta coyuntura  no pueden ser más esperanzadores para la profesión: el otorgado a Radhamés Gómez Pepín y los Pulitzer ganados por The New York Times. Los galardonados tienen en común la condición de emblemas de un oficio tan digno como la más prestigiosa de las profesiones.

El premio a Gómez Pepín, en quien se reconoció una trayectoria de más de 50 años de ejercicio sin interrupción, envía un mensaje promisorio sobre la capacidad, acuciosidad, dedicación y honradez que caracterizan a un verdadero periodista. Al margen del solemne compromiso con la verdad y la objetividad, hay un detalle que es preciso resaltar en esa calidad que lo han convertido en baluarte de la prensa: los hechos y no los sentimientos son para él los protagonistas de la noticia.

En estos tiempos en que el periodismo que se ganó la condición de cuarto poder está tan permeado por intereses espurios, la concepción es vital para un periodismo profesional, independiente, comprometido con la verdad. Y de ahí que el premio sea tan buena señal para apuntalar el ejercicio. La crisis tiene muchas aristas, inclusive de redacción. Intereses políticos, económicos y hasta personales parecen hoy interponerse frente a la deontología de la profesión.

Por lo menos por aquí, salvo honrosas y escasas excepciones, se está en presencia de un periodismo pasivo y perneado en un inquietante porcentaje de relaciones públicas. Un periodismo rutinario,  incapaz de cuestionar hasta lo evidente.

Como la prensa internacional parece víctima del mismo virus, los Pulitzer a The New York Times, todavía buque insignia de la flota del buen periodismo, constituyen una clarinada sobre el gran valor de la noticia impresa. Uno de los premios que ganó el diario fue por la cobertura de última hora desde su página de Internet del escándalo sexual que en 2008 afectó al ex gobernador Elliot Spitzer.

Otro galardón fue por el audaz reportaje  a través del cual un periodista demostró que el Pentágono había persuadido a  generales que trabajan como comentaristas en radio y televisión para que defendieran la política del Gobierno, durante la Administración  Bush, sobre la guerra en Irak.

La competencia es fundamental. Además de la crisis ético-profesional, el periodismo impreso rivaliza con problemas financieros que han causado cierre de medios y numerosos despidos.

Amén del justo reconocimiento a la vocación y el ejercicio la coyuntura nacional e internacional torna más trascendente el premio a una carrera como la de Gómez Pepín y los Pulitzer ganados por The New York Times. Se trata de galardones que iluminan la senda de un verdadero periodismo, de ese que hoy luce relegado por la rutina y la incidencia de siniestros intereses. Una coincidencia tan oportuna debe servir siquiera para reflexionar.

El Nacional

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