El Día Mundial del Ambiente que se conmemoró ayer, transcurrió aquí con poco de gloria y mucho de pena, porque aún Gobierno y sociedad no han acumulado suficiente voluntad política ni conciencia cívica para poder comprender que los recursos naturales constituyen el principal activo de la nación y que su preservación y fomento está vinculado con la supervivencia de la República. Tan apreciable efeméride sorprende al mundo en un acelerado proceso de degradación ambiental, cuya tragedia en Occidente se expresa con el derrame de millones de galones de petróleo en el Golfo de México, a causa del colapso de una plataforma petrolera de la empresa British Petroleum, que constituye el peor desastre ambiental en la historia de Estados Unidos. Ya se sabe del calentamiento global que ha trastornado todos los esquemas climáticos y ambientales y de la negativa de las grandes potencias a reducir la emisión de gases que deterioran la capa de ozono. En República Dominicana, en materia ambiental, se mudan algunos pasos hacia adelante, pero se retrocede mucho más, especialmente en la deforestación de zonas altas, donde nacen los ríos, la degradación de manglares y cuencas pluviales y la explotación irracional de recursos mineros.