Opinión

Primeros días

<P>Primeros días</P>

Si gobernar exige responsabilidad, tanta o más demanda hacer oposición. No valoro como tal una práctica opositora por el mero hecho de enfrentar a quien ejerce el poder. Lejos de avanzar en los objetivos perseguidos, esa forma irracional de proceder desmerita a quien la implementa por la escasa seriedad que refleja.

Por el contrario, actitudes sensatas de cuestionamientos, propositivas y comprensivas de la realidad, adicionan autoridad y generan mayor respeto.

Es fácil aprovecharse de circunstancias hostiles de quien está desempeñando una función, para demandarle, casi de forma frenética, que haga cosas que nosotros estamos conscientes que no podríamos llevar a cabo en idéntica realidad.

Los candidatos presidenciales del pasado certamen estaban rodeados de personajes indeseables, los cuales, dicho sea de paso, por razones comprensibles, suelen ser los más empeñados en el triunfo de sus patrocinados, y a nadie se le podría ocurrir que de haber resultado ganadores, ellos iban a quedar excluidos del tren gubernamental.

Quien no quiera compartir las horas del placer, que no acepte la solidaridad en los momentos del trabajo, y eso en la actividad política no es esperable porque resulta muy difícil eludir respaldos. Además, en cualquier escenario, hacerse el desentendido cuando se obtienen los resultados perseguidos es una actitud de extrema bajeza.

Yo soy un crítico sistemático de las gestiones de gobierno del pasado presidente por razones que fui explicando a lo largo de los años, pero asumí tal actitud una vez consideré que habían desaparecido las condicionantes que limitaban su accionar de manera particular en su primer período. ¿Quién podía ignorar que la participación de Joaquín Balaguer en aquel ascenso al poder no refrenaba el accionar de quien se proyectó como El Nuevo Camino? Pero, ¿cuáles justificaciones válidas podían esgrimirse a partir del 2004, cuando se gobernó con todas las variables a favor?

Creo que es un imperativo de responsabilidad admitir que dentro de la correlación de fuerzas en el PLD, al actual presidente le resultaba imposible ascender al solio presidencial sin un acuerdo táctico con la pasada administración y, de forma particular, con el presidente Fernández.

Eso, de ninguna manera, quiere decir que le aceptemos que se convierta en un reciclador de los elementos negativos que caracterizaron el pasado. La oportunidad de revertir eso, y probar que en efecto representa el cambio seguro, es lo que merece, incluso para tener mayor calidad para enrostrárselo en el futuro, de no resultar de esa manera.

El Nacional

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