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Quedará el amor

Quedará el amor

Efraim Castillo

Efraim Castillo

efraimcastillo@gamail.com

En una carta leída en la emisora France Inter [4 de mayo, 2020], el novelista Michel Houellebecq, el escritor francés más leído dentro y fuera de su país [1958-], expresó que “no nos despertaremos después del confinamiento en un nuevo mundo, [ya que] será el mismo, pero un poco peor”. Y afirmó que “occidente no será eternamente el área más rica y desarrollada del mundo; eso se acabó desde hace un tiempo y no es una primicia”.

Esta carta de Houellebecq, lejos de ser un pronóstico, refrenda lo que se veía venir, ya que si unimos en un todo los descubrimientos científicos, las tendencias modales, los avances tecnológicos y los conceptos filosóficos desarrollados en los últimos cien años, comprobaremos que esa acumulación, esa marcha forzosa, apresurada y exponencial hacia metas como la obtención de más años de vida, la reducción de los horarios de trabajo, el poder comunicarnos con mayor velocidad y disfrutar de plataformas tecnológicas que amplían las percepciones lúdicas desde un sillón en nuestros hogares, es lo que ha provocado esta obsolescencia inútil en el ordenamiento ambiental y antropológico, el desmembramiento de ese “estar-en-el-mundo” [in-der-Welt-sein] de Heidegger [1927], en donde hombre y mundo deben formar un todo articulado, una unidad de co-pertenencia; o, para sustanciar el concepto en una unidad hombre-mundo, irme a Husserl y su intuición del 1898 acerca de los correlatos vitales entre el ser humano y el mundo, que pudo teorizar en 1937.
En Como veo al mundo [Flammarion, Paris, 1934], Albert Einstein enuncia un sólido razonamiento sobre esa inquebrantable realidad que es el hombre-mundo: “A través del razonamiento lógico no podemos alcanzar conocimiento ninguno sobre el mundo de la experiencia; porque todo el saber de la realidad nace de la experiencia y desemboca en ella.
Las leyes encontradas mediante el uso de la lógica no tienen ningún contenido con respecto a lo real”.
Pero el postmodernismo y su espíritu rumbero y petulante —que trató de borrar lo que la experiencia, esa realidad que surge del saber y lo vivido—, tropezó ahora de golpe y porrazo con una pandemia [no programada] que nos azota y nos obliga a un confinamiento que, a los chinos, los ha devuelto a la profundidad del pensamiento de Confucio [Siglo V a.C.] y sus pilares morales, marcándolos por sobre la ideología dominante; y a los europeos los está ayudando a recordar a Benito de Nursia [480-547], el Santo Patrón de Europa, fundador de la vida monástica y creador de la orden que confirió al fuga mundi, esa entrada al reino divino a través de la huida silenciosa, plena de meditación y lejos del bullicio, que los anacoretas ya practicaban desde los mismos inicios del cristianismo.

Espor esto que considero que la aseveración de Houellebecq de que el mundo “será igual, aunque un poco peor” después del SARS Covi-2, podría ser arbitraria si no contáramos con esa doctrina cristológica que nos ha enseñado que, por sobre todas las tempestades, siempre quedará el amor.

El Nacional

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