Los nuevos tiempos en que vivimos se caracterizan por haber convertido el mundo, como efectivamente afirmó Marshall McLuhan, en una aldea. Nada está realmente lejos ni desconectado. Todo está relativamente cerca e interconectado. Lo que ocurre en el lugar aparentemente más apartado de la Tierra se sabe al instante en todas partes y puede influir de manera sensible en otras cosas que suceden en su antípoda, el extremo opuesto del planeta. Solo los desinformados creen que pueden vivir de espaldas a esta realidad.
Esa verdad es impuesta por la globalización, que nos arrastra como hoja seca en la cresta de una gigantesca ola; por la liberalización de la producción mundial, que permite que las partes de un artículo sean trabajadas en varios países o continentes al mismo tiempo y luego ensambladas en otro diferente; por la apertura de los mercados, que permite mover las mercancías de una sociedad a otra con las facilidades legales que no pueden tener los seres humanos; por el desarrollo tecnológico de los medios de difusión, que nos proporcionan los datos de los temas más intrincados; por la sociedad del conocimiento, que permite reevaluar la importancia de las cosas concretas y las intangibles, porque el valor de los bienes materiales puede ser insignificante frente a una idea bien concebida y estructurada para transformar una realidad; por una toma de conciencia de que las personas no son objetos ni pueden ser manipuladas como tales, sino sujetos que tienen sentido de la dignidad y el decoro, y no permiten que les roben sus sueños y su felicidad presente ni futura.
Y para actuar con un mínimo de posibilidades de éxito en esta época tan compleja se requiere, por una parte, que hagamos conciencia de la necesidad de una justicia eficiente, pronta y eficaz. Y, por la otra parte, debemos alcanzar la necesaria especialización en el campo del saber jurídico, que permita aprender y aprehender al dedillo la materia en que decidimos concentrar nuestros conocimientos, sin olvidarnos del fortalecimiento de la cultura general.
Sin justicia no hay democracia y sin democracia no puede existir el clima de paz necesario para el progreso material y social. Pero sin especialización de los administradores de justicia, sus actuaciones serán deficientes, burdas e improvisadas. Esta aseveración vale tanto para el Poder Judicial como para los otros dos poderes del Estado. Se puede también extrapolar con facilidad al ámbito privado.
En nuestro país hay que impulsar la meritocracia y evitar la mediocridad. Los más capaces deben instruir a los menos capaces para que estos no sean manipulables. A Los especialistas hay que colocarlos en su área, para eso invirtieron en su capacitación. Ahí serán más útiles. Así fortaleceremos la institucionalidad.
La justicia y la especialización caminan de la mano. Si falta esta, aquella cojea de mala manera. Nadie lo dude.