La actividad escritural artística en Latinoamérica está de fiesta. El Premio Nobel de Literatura de este año fue otorgado a Mario Vargas Llosa. Era tiempo de que la Academia Sueca le concediera ese universal galardón al gran escritor de origen peruano y nacionalizado español.
Nuestra América, como la llamó el inconmensurable José Martí, tenía veinte años sin un nuevo Nobel. Estábamos ansiosos de que volviera a recaer en un hijo de estas tierras. Después que Octavio Paz, el gran poeta y ensayista mexicano, lo ganara. parecía que Estocolmo se había de nosotros.
El Nobel inmortaliza y prestigia a los que lo reciben. Es el más grande, criticado y esperado. Sin importar el renglón, ya sea medicina, paz, física, química, literatura, etc., siempre es un acontecimiento trascendental. Quienes son reconocidos con el Nobel pasan a ser dioses que moran en el Olimpo de su especialidad.
Los que entendemos que la vida sería intolerable sin la buena literatura, sin esas creaciones de mundos imaginarios y alternativos, sin esas deliciosas, sugerentes y sorprendentes articulaciones de la palabra sentimos regocijo cada vez que nace un nuevo Nobel de la realidad transmutada bellamente en la escritura.
Mario Vargas Llosa merece el Nobel. Es un artista de la palabra. Su obra es abundante, profunda, bien concebida y ejecutada. De una manera u otra, ha influido o impactado en todos los intelectuales de América y más allá. Nadie se puede considerar culto sin haber leído y, mejor aún, estudiado una de las novelas, o uno de los cuentos, o uno de los ensayos, o una de las obras de teatro de Vargas Llosa. Basta mencionar Conversación en la Catedral, La ciudad y los perros, La casa verde, Pantaleón y las visitadoras, La guerra del fin del mundo, La fiesta del Chivo, como ejemplos de creaciones de largo aliento, para saber que estamos ante un genio de la literatura. También ha ganado los premios más importantes que se conceden a escritores de la lengua de Cervantes.
Ahora bien, Vargas Llosa no es sólo un escritor creativo. Es un pensador profundo, incisivo, honesto y valiente. Es cierto que dejó de ser apasionado por el existencialismo de Sartre, y no cree que los pueblos pueden ser dueños de su destino. Se convirtió en defensor del neoliberalismo, de la tiranía de los dueños del capital, y renunció al sueño libertario de los oprimidos. Fue una gran pérdida para los pobres del mundo. No admitirlo es una mezquindad.
Muchos luchadores sociales e intelectuales comprometidos con las mejores causas entienden que las posiciones políticas de Vargas Llosa le restan méritos como escritor. Pero nosotros, sin apasionamiento ni radicalismo, podemos valorarlo. El escritor, independientemente de los pruritos éticos e ideológicos, tiene el deber de escribir bien. Y él lo ha hecho muy bien.
Por fin, Mario Vargas Llosa, ya eres Premio Nobel.