Constitución y pequeña burguesía
La Constitución, como documento político-jurídico que organiza el Estado Dominicano, ha sido y es la expresión más acabada de la lucha de clases en nuestra vida republicana. Y en esos combates la pequeña burguesía viene jugando un rol destacado, porque es la formación sociológica mayoritaria, aunque no llega a constituirse en clase social propiamente dicha. Es un sector social intermedio afanoso, delirante e irresponsable.
Las naciones, cuando están bien formadas, se dan las constituciones para organizar su existencia económica, política, social, militar y jurídica con ese estamento superior que denominamos Estado. Y para lograrlo realizan un gran acuerdo social que da como resultado concreto que todos los sectores se agrupan bajo el liderazgo consciente de su clase social predominante.
Así vemos que la historia de los Estados Unidos de América, debió llamarse de Norteamérica, es excelente ejemplo del pacto social que se produce en las naciones bien constituidas. Desde su origen, los fundadores tuvieron clara visión de lo que deseaban para la colectividad y de lo que debían evitar porque sufrieron persecuciones que no querían repetir. Por eso se organizaron con las características de una sociedad capitalista incluyente.
Eso explica que la Constitución norteamericana sea un modelo visionario de inclusión de las diversas fuerzas sociales que conforman esa nación. Y todas aceptan a la burguesía como su clase social predominante y dirigente. Esa burguesía es la que controla las riquezas de la nación, pero también tiene bajo su control toda la violencia organizada de la sociedad. El complejo industrial-militar que denominamos Pentágono, con sus agencias y demás ramificaciones públicas y secretas se encarga de mantener la hegemonía nacional e internacional de esa nación.
Para garantizar su estabilidad y durabilidad, los dirigentes norteamericanos se preocupan por mantener su país en orden. Satisfacen las necesidades de sus nacionales, con las manipulaciones internas y externas, políticas y de mercado de rigor. Además, adoptaron la fórmula de que su Constitución es permanente y sólo admite enmiendas, en lugar de reformas que conlleven una nueva Carga Magna. Eso evita la sensación social de ruptura histórica y consolida su apego a las tradiciones que consideran valiosas.
Desafortunadamente, en nuestro país sucede lo contrario. Nunca hemos tenido una clase que se erija como dirigente. Sólo tenemos sectores sociales dominantes que con prepotencia se comportan. Desde el origen de nuestro Estado, con la Constitución del 6 de noviembre, se pretendió alcanzar la organización burguesa sin la sustancia social necesaria. Terminamos con un Estado hatero, comandado por Pedro Santana. No creamos un Estado nacional. La pequeña burguesía, representada por Juan Pablo Duarte y los trinitarios, nunca se sintió representada en el gobierno. Sus líderes fueron perseguidos y declarados traidores.
Nos dimos una Constitución mostrenca y contradictoria. Con ella se creó el Estado sobre un conglomerado social que no se había constituido en nación. Y, aunque nos duela decirlo, todavía no hemos logrado la categoría de nación. La clase social llamada a dirigirnos no se ha consolidado, ni existe conciencia política nacional, ni conciencia del sujeto social e individual. Todo lo cual impide que se desarrollen planes nacionales.
Nuestra burguesía es débil y no conoce el papel que debe jugar. Y como todo lo que está vacío tiende a llenarse, un puñado de pequeñoburgueses ocupa el espacio que deja la burguesía. Pero tampoco sabe dirigir la República. Se muestra afanoso por conservar privilegios irritantes y es delirante en sus sueños de sustituir a la burguesía. Amasa fortunas malhabidas. También esa pequeña burguesía es irresponsable en su práctica social y política.
La Constitución, lamentablemente, no puede reflejar otra realidad. Esa la causa del desorden constitucional. Se refleja en las instituciones y en toda la vida nacional.
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