La Constitución, como Pacto Fundamental de la nación, ocupa la posición superior frente a todas las normas del sistema jurídico dominicano. Esa es una verdad de Perogrullo en el ámbito teórico y conceptual de nuestro país; pero en la práctica, en el quehacer diario, es una cuestión muy discutible para la mayoría de las autoridades que hemos tenido en toda la historia republicana. Una cosa se dice y, con descaro o cinismo poco disimulado, otra cosa muy diferente se hace desde el Poder.
Sobre todo porque muchos políticos de esta tierra de Duarte, Luperón y Caamaño, digna de mejor suerte, no dicen lo que piensan, sino lo que creen que los otros desean escuchar.
Además, poseen una personalidad escindida, no son íntegros, y su carácter es muy maleable. Este desorden en su yo interno, los lleva a pensar de una manera, a decir lo contrario de lo que piensan y a actuar diferente a lo que pensaron y dijeron. Y con este proceder, con esa conducta díscola, se creen genios del arte de la política. Afirman que saben nadar y guardar la ropa, aunque lo hagan con tiburones.
Pero lo más penoso es que siempre tienen alabarderos que están dispuestos, por el precio vil de algunas dádivas, a resaltar la inteligencia natural de esos personajes, y lo hacen hasta glorificar sus hechos como epopeyas homéricas. ¿Y la ética? Oh, bien, gracias.
Eso sucede así en nuestra medio. Es que vivimos en una sociedad enferma, que valida las inconductas. Para la elite social no existe un sistema de consecuencias. Por las condiciones económicas en que nos desenvolvemos, todavía los factores reales de pode no han adquirido los tipos de conciencia que son necesarios para que se respete la constitucionalidad, tales como la conciencia política, la social, la de clase, la de nación, la de sujeto y la de pertenecer a una comunidad.
Así las cosas, vivir en Constitución es altamente peligroso. Se trata de que debemos actuar en todo momento, o sea, las veinticuatro horas del día y los siete días de la semana, respetando y haciendo respetar los principios, los valores y las normas que están consagrados en la Carta Magna. En nuestra realidad social e institucional, y sin ningún género de duda, eso es un suicidio seguro.
Primero, por creer que debes vivir en Constitución, desarrollarás una cultura sustantiva, en lugar de la palabrería constitucional. Defenderás con hidalguía sus postulados y te ganarás la etiqueta de conflictivo y loco. Segundo, procurarás que otros respeten la Ley Suprema, incluyendo a los poderosos, dentro y fuera de tu entorno. Entonces, ellos te enseñarán quién es el que manda.
Y, tercero, tratarán de convertirte en un cadáver, en un apestado o en un leproso para que mueras de asfixia moral o física.
Sin embargo, ante esa amarga realidad, tenemos que mantenernos firmes en los principios y firmes en los propósitos de vivir en Constitución. Abandonar ese Norte es perder las perspectivas y vivir sin sentido social ni histórico.