Me sorprendió la salida del padre Regino del Centro de Refugiados en Dajabón, y me apenó, porque para mí Regino es un santo. Flaco, absolutamente sobrio, practicante de la pobreza, Regino transita en su destartalado motorcito, con una pelliza que apenas oculta el deterioro de su único medio de transporte. Un practicante del Evangelio, nada parece interesarle, nada material, ni océanos, títulos o reverencias, no es príncipe de ningún Estado, porque hace tiempo que decidió ser vasallo del único en quien cree y a quien ha dedicado su vida. Cuando nos despedimos la última vez, haciéndonos él una cruz en la frente, sentimos que estábamos frente a un hijo de Dios, así como también conocemos cuando estamos frente a los falsos profetas.
Empero, no es de Regino que hay que hablar, sino del trasfondo de la situación que se desarrollo en el puente binacional de Dajabón, donde lo que estuvo en juego no fue la defensa de un sacerdote de los condenados de la tierra, los inmigrantes haitianos, sino las relaciones dominico-haitianas.
Estas relaciones han sido causa de obsesión de las personas más lúcidas en ambos lados de la isla. Ya en los años cincuenta Jean Price Mars planteaba la urgencia de sentarnos a conversar sobre el futuro de las relaciones con nuestros vecinos y en esa época, las exportaciones dominicanas hacia Haití no eran ni la sombra de que lo son hoy.
En 1982 nuestras exportaciones a Haití eran apenas de diez millones de dólares; en el 2010 eran de $869,23 millones de dólares; en el 2011 eran de 1,013 millones de dólares y en el 2012 de 1,200 millones de dólares, convirtiendo a Haití en nuestro principal mercado de exportación, Esas exportaciones son financiadas en gran parte por las remesas de la diáspora haitiana, que fueron de 1,300 millones de dólares en el 2010 y de 2,057 millones en el 2011. Los dólares que envían los haitianos a Haití en remesas equivalen cuatro veces más a toda la ayuda extranjera a Haití, y seis veces más a todas las inversiones extranjeras en el hermano país.
¿Qué quiere decir esto? Que, más que reprender a Regino, o quitarlo de coordinador del Centro de Refugiados, el Estado dominicano debería condecorarlo con la Orden de Duarte, Sánchez y Mella, porque si alguien entiende la importancia de mantener relaciones fraternas con nuestros hermanos (y mejores clientes) es Regino, y si alguien entiende la importancia para nuestro país, en estos momentos de crisis, de normalizar las relaciones, es el. Si el Estado no le da esa medalla, estoy segura de que la Asociación de Exportadores se la procurará, y pasaremos de la provocación malsana alias negocio, a la solidaridad.