¿Qué Pasa?

Reguetón es rebelión de la adolescencia

Reguetón es rebelión de la adolescencia

Santiago.- Todo ritmo musical  tiene derecho a gozar de una estupenda presunción de inocencia.

La música- cuando es tal- es el alimento del alma. Y diseño de esperanza.

Sin ella la humanidad termina perdida. El ruido, por supuesto, carece de musicalidad. Hay actualmente en la radio, en los lugares públicos, en las discotecas, en la casa y a su lado, ruidos incurables en el alma, que se ve, si no se la cuida como jardín,  contaminada de excesiva indulgencia, no sana, y de muy escaso liderazgo ético, como por ejemplo, el que de deviene de la trágica ignorancia.

Hay reguetones, los más raros y escasos, que tienen en sus letras un humor evidente. El reguetón es la rebelión de la adolescencia.

Expresa, ahora y a la espera de una evolución correcta, disconformidad excéntrica y egocéntrica.

Se nota un individualismo en estos muchachos llenos de energía, de ritmo y de desenfado, que llega a desembocar en el mar oscuro y tormentoso de la vulgaridad en la medida en que no tiene medida.

No menos espuria es alguna bachata que parece inspirada en manicomios célebres y en el oprobio. No todo lo que tenemos es válido.

La rebelión contra la hipocresía social es correcta pero debidamente encausada y sana, con ideales, con mística, con el ejemplo de aquella gente que lo entregó todo, su vida incluida, para que la palabra patria no fuese un cartelón a la entrada de las ciudades y un lienzo ondeando  encima de las máscaras caras.

Las cosas no se pueden imponer, sin excluir la “música” hoy de moda, como tiranía, como la disposición de divinidades enfermas.

Sus ejecutores nunca se apean de una cama ni desentonan entre cueros u otros cementerios vivos y lo hacen de la peor forma.

Hasta carátulas de discos hay saqueadas de imágenes pornográficas del Internet.

Hay letras de reguetones que parecen relatos de horrores y el dolor de alumbramiento de alguna monstruosidad prehistórica.

La juventud es rebelde por definición. Más esa actividad reguetonera llena de improperios, esa lava sudorosa de una agresividad estentórea ¿a dónde lleva?  

Ahí se habla, como la cuestión más habitual del mundo, sin anestesia ni nada, de puras violaciones, de actividades sádicas,  de la ruptura normas de convivencia, de puro mete-saca, de una putrefacción nauseabunda, de relaciones horrorosas salpicadas de todo lo que puede irradiar una mente completamente enferma. Mucha gente la ve, la baila, la siente, como si no fuese ofensiva, como si no tuviera consecuencias, y las tiene.

Todo esfuerzo por no parecer conservadores en una crónica y sí advertir que la libertad, con todo lo irrestricta que pudiera creerse, no puede llegar hasta el despropósito, hasta la vulgarización despiadada, es válido.

Las sociedades que pretenden serlo tienen derecho a defenderse de cierto tipo de insolencia que no es rebeldía juvenil sino descaro y que viola normas netamente humanas. Normas que comienzan por una cuestión tan elemental como el no imponerle a los demás, a vecinos, amigos, familiares, una “música” uniforme, monótona, hecha sonar a todo volumen  desde una universalización infame que no respeta el derecho a la privacidad ni el sueño ajeno.

Letras como “te voy a violar”, “te voy a llevar la cabeza”, “voy a agarrar a tu hermana por esta y aquella parte”, que son de las más inofensivas en un reguetón cualquiera, ¿conviene que la escuchen adolescentes inestables en una sociedad inundada de crisis de valores donde parece que nada importa?

Hay por delante una sociedad en la que muy pocos, hoy ahogadas sus voces en el vendaval de un facilismo estridente, se atreven a constituirse en el ejemplo. En medio de ese vértigo abismal, el reguetón irresponsable sólo le agrega una buena cuota de lodo al lodo y nada más. Los hay sanos, algunos tienen su mensaje positivo, otros no carecen del buen humor necesario. Hay música excelente del mundo que no la colocan los cómplices de esa basura.

Y los hay cuyo mensaje parece escrito por Frankenstein o por Drácula justo antes de cobrar su próxima víctima inocente.

Las sociedades, por más vapuleadas de “modernidad” y de “tolerancia” que estén o sientan encontrarse, están obligadas a cuidar como cuestión preciosa e invaluable de las generaciones que se van levantando. Todo artista tiene que ser respetuoso todo de la gente inocente, sobre todo. Para obligar a ese cuidado están las instancias que crea el Estado, las llamadas “instituciones” que no son la mera burocracia cobrando, sino una elevada responsabilidad ética convertida en seguimiento del curso de los acontecimientos que eviten el desborde de todo. Lo que es sano, lo que reproduce el desarrollo equilibrado de un ser humano, no puede terminar convertido en estropajo rítmico, en la dócil introducción a la droga, a la delincuencia y a una desobediencia de sí mismos y el irrespeto de otros.

La rebeldía es una virtud en la sociedad protectora de animales que, como andan las cosas, si fuesen ejemplares de la selva harían un mejor rol social.

Por el contrario, andan en el carro del año, tienen las mejores queridas, con cargo al pueblo, llevan el mensaje de que lo fácil y lo que deja recursos desde la violencia desorbitada, que tiene de rodillas a la decencia, es bueno para todos.

La transgresión es necesaria como la forma evolutiva que supera lo que no funciona y lo que daña. Un reguetón o una bachata estúpidos y violentos, sentido ni sentimientos sanos, operan en sentido contrario.

El Nacional

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