Los pasos dados por los reformistas para reunificar su partido tienen varias lecturas. Una de ellas es si se logrará a corto o mediano plazo, y otra es a quién realmente favorecerá.
Como se sabe, a raíz de la muerte del líder, los reformistas emprendieron una desbandada que se cristalizó con la formación de diferentes grupos, entre ellos el llamado Consejo Presidencial Reformista, encabezado por el actual canciller, quien lo disolvió para facilitar la reunificación.
La aprobación del Presupuesto con el respaldo reformista es indicio de lo que viene. El año próximo, para las elecciones, habrá negociaciones para repartirse uno de los Poderes del Estado.
Se dirá que el Canciller, si quiere la reunificación, tendría que renunciar a su cargo. Es una apreciación errada, por cuanto es más fácil negociar teniéndolo dentro del Gobierno que fuera de él, pues es un hombre de prestigio y con gran capacidad para lograr los objetivos propuestos.
No es igual lograr cargos aisladamente, como hicieron muchos reformistas, que conseguirlos por la vía institucional. Como Partido pueden lograr la aplicación de un programa, aunque sea parcial, para el mantenimiento de la gobernabilidad y en beneficio del país.
Si algunos de los que por cuenta propia consiguieron cargos insisten en mantenerse en ellos al margen de la unidad, se quedarán solos e incluso podrían perder sus privilegios, que son muchos por cierto, con pocas acciones a favor del país.
Si ocurre la reunificación como se plantea, no se duda que el PLD tendrá un aliado más fortalecido. Y lo que hoy es un bipartidismo real, se convertiría en un tripartidismo, aunque a todas luces el Gobierno quedaría fortalecido para enfrentar a su tradicional opositor, el PRD.
Esto significa que el Gobierno tendría más Poder en el Congreso, aprobando leyes como el proyecto de Reforma Constitucional, que difiere sustancialmente del original presentado por la Comisión de Juristas nombrada por el Poder Ejecutivo.
Según se vislumbra, a la oposición le resultará bastante difícil enfrentar a esas dos fuerzas. Basta recordar que el PLD ganó en 1996 gracias al apoyo de los reformistas, a pesar de que en aquel entonces el PRD contaba con uno de los líderes más carismáticos del país, el doctor José Francisco Peña Gómez. Si eso ocurrió estando Peña Gómez vivo, ¿qué podría suceder con un PRD donde la rebatiña por candidaturas supera los esfuerzos de unidad?
Creemos que un debilitamiento de la oposición que quedaría en base a lo planteado, no es saludable para la democracia, porque se rompería el equilibrio político. Es por esa razón que, en lo adelante, esa oposición deberá hilar fino para no incurrir en los errores del pasado, que han dado paso a dificultades para alcanzar el Poder. Mientras la oposición se debilite y el PLD se fortalezca, más posibilidades hay de que se produzca una dictadura de Partido, como ocurrió en México con el Partido Revolucionario Institucional (PRI), que gobernó 70 años, aunque por causas diferentes a las que actualmente vive la República Dominicana.
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