Semana

Romanticismo musical del ayer

Desde los lejanos días de la infancia pasaba largas horas pegado del radio de medio uso que compró mi padre, escuchando todas las melodías del género popular que recorrían sus ondas.

Boleros, merengues dominicanos, guarachas y danzones cubanos, tangos, música mexicana, danzas puertorriqueñas, constituían mi universo musical.

Muy tempranamente se iniciaron mis jornadas bailables en las fiestas de cumpleaños, con niñas de diversos sectores de la capital.

Y la misma emoción romántica la experimentaba, tanto en la lentitud del bolero, como en los ritmos más movidos del merengue y la guaracha, durante aquellas escasas y placenteras ocasiones.

El recuerdo de los abrazos permitidos en esos días del puritanismo de una sociedad conservadora propia de una ciudad semi aldeana me invaden de una irreprimible carga nostálgica.

Y me llevan a pensar que, aunque no todas las veces, con frecuencia alberga una gran verdad la repetida frase de edad pasado el meridiano, de que “cualquier tiempo pasado fue mejor”.

Por ejemplo, asomarnos al mundo musical de los jóvenes de hoy podría poner a una persona con carga biológica añeja al borde del infarto del miocardio.

Veo como algo casi imposible que alguno de los ritmos modernos contenga alguna expresión poética, ya que oscilan entre la carencia y la vulgaridad de su letra.

Como toda regla tiene su excepción aparecen jóvenes de ambos sexos con afición al bolero, que valoran la belleza con la que describen los compositores sus cuitas sentimentales.

Lo difícil será para ellos participar en una fiesta de algún contemporáneo donde en lugar del rock y el regaetón suenen melodías acompañadas de frases de contenido literario.

Serán objeto de burla por amigos o condiscípulos apegados a la bulla o el ruido, dos de los sinónimos empleados por los que no gustan de los bailes con anatomías separadas.

¿Podrá algún hombre o mujer de corta edad imaginar a un contemporáneo sentado junto a un equipo de música en su hogar, o próximo a la vellonera de un bar, entristecido escuchando boleros donde se narran los pormenores de un desengaño amoroso?.

Seguramente que no, pero sí podría suceder que lo hiciera al oír en una discoteca uno de esos trepidantes ritmos modernos carentes de parte vocal.

En ese lugar existe la posibilidad de ver un sexa, septua, u octogenario, jadeante, dando brincos inarmónicos con ágil jovencita luciendo una expresión burlona en su rostro huérfano de arrugas.

Una amiga de mis años de la primera juventud poseía una memoria prodigiosa, tanto para recordar letras de boleros, como para aplicárselas a situaciones románticas vividas por ella, o por algún interlocutor.

Gozaba de popularidad entre los hombres presentes en cualquier fiesta bailable, porque ninguna mujer le ganaba en el arte de sacarle brillo a las hebillas de los cinturones de sus parejos.

Lo decía porque existe la creencia casi generalizada de que el merengue criollo no se danzaba pegado.

En cuanto a la guaracha de entonces, esa no se adaptaba al clásico que mece cuerpos, y lo que más hacían las parejas era lucir cambios de pies para provocar admiración en los espectadores.

Muy diferente era el danzón, género musical del mismo origen, que permitía prácticamente las mismas efusiones cariñosas de los bailadores, por su ritmo de velocidad moderada.

Las danzas boricuas fueron interpretadas mayormente por orquesta, pero cuando escuchábamos sus letras, estas eran de una carga pletórica de intensa emotividad.

Pese a que el tango argentino tenía sus aficionados en el país la casi totalidad se limitaba a escucharlo, pues pocos sabían usar sus contorsionantes pasos de características acrobáticas.

Los tangos argentinos llevan en su contenido una tristeza poética tan honda, que un musicólogo afirmó que en todos hay muertos.

La música mexicana se escuchó profusamente en el país durante la década del cincuenta, aunque solamente veíamos bailarla en las películas de la nación azteca.

Las personas de edad avanzada deben soportar con resignada paciencia la bulla con la que castigan sus oídos hijos, nietos y uno que otro biznieto.

Y aceptar a regañadientes que esos ritmos reciben el nombre de música.

Ver galería (2)