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San Cristóbal vive en la barbarie

San Cristóbal vive en la barbarie

Cuando lo absurdo se vuelve normal aflora siempre el peligro. En la provincia de San Cristóbal, las personas se han acostumbrado a convivir con la absurdidad. No es de extrañar, por tanto, que la gente allí esté pagando desde hace ya varios años un alto precio por ese error.

San Cristóbal ha pasado de la otrora llamada cuna de la Constitución dominicana a “la hamaca de la pobreza” ante la mirada cuasi indiferente de presidentes, sus propios gobernantes y habitantes.

Cuando era niño, mi padre me llevaba a las fábricas que había en la provincia para ver el proceso de elaboración de diferentes productos.

Así aprendí como se hacen las botellas en la Fábrica Nacional del Vidrio, aprendí sobre el arte de la elaboración de papel en la Industria Nacional del Papel, sobre la fabricación de tubos, las industrias textiles y el amor a la naturaleza en el Centro de Desarrollo Agropecuario.

De todas esas industrias que daban trabajo a miles de personas, hoy no queda ni siquiera un museo que dé albergue a nuestros recuerdos. ¿Y qué es una persona mayor sin un recuerdo? Un rey Midas hambriento, un río seco.

En San Cristóbal no hay un restaurante que cumpla con los niveles de calidad y moralidad como para poder pasar un momento familiar completamente en sosiego. No hay un cine, un simple hotel donde hospedarse, sino burdeles sórdidos en las afueras que satisfacen el placer de la carne.

Calles con baches, basura y cual si fuera la última estocada de Calígula, solo hay que mirar la biblioteca municipal para darse cuenta de cuán deteriorada está la provincia.

Allí, no hay un alma, ni buena ni mala, ni siquiera un ratón que amenace con roer los pocos libros viejos tirados en un rincón o en un estante cuyo desplome es como la llegada de la vejez: solo cuestión de tiempo.

La debacle de San Cristóbal tiene su explicación en un aspecto sociológico, político y geográfico.

Muchas personas que viven en San Cristóbal, o bien no son de allí, o bien sus padres nacieron en otro lugar. En consecuencia, no se creó nunca una relación de afectividad basada en la idea de pueblo natal.
Esa provincia es simplemente el lugar donde la vida misma llevó a todos ellos por la imposibilidad de ir más lejos, es decir, a la capital.

Como no existe ningún tipo de sentimiento que los enlace, de la misma forma que usted no llora la muerte de un extraño, a muchas personas no les importa en sumo grado la situación del pueblo, a menos que ocurra algo que afecte directamente, por supuesto.

Hay hasta quienes se autoproclaman defensores de la provincia cuando en realidad se han vuelto negociantes de eso que defienden. San Cristóbal tiene gangrena: hay que empezar a amputar algunos miembros. El que tenga oídos para oír, que oiga.

En cuanto a lo político, es harto sabido que nuestros gobernantes siempre han dejado las provincias a merced de su propia y mala fortuna, concentrando casi todos los recursos para el desarrollo de la capital.

De ahí, ese flujo migratorio hacia Santo Domingo que va dejando las provincias más alejadas sin jóvenes para ser reemplazados allí por inmigrantes haitianos con papeles o sin ellos. Y eso, sin embargo, es solo la punta del iceberg, pues son los mismos dirigentes de San Cristóbal los que han jugado el papel menos protagónico en el desarrollo de la provincia. Ha habido de todo: desde deportistas hasta encantadores de serpientes sin ni siquiera saber tocar la flauta y algunos que otros con alguna buena intención.

La cercanía con Santo Domingo ha sido para San Cristóbal más que una bendición, un gran problema, puesto que esto ha convertido a sus habitantes en una especie de palomas domesticadas e incapaces de buscar su propio alimento en su tierra por haberlo recibido de manos de alguien en el parque. Así, para comprar, trabajar y divertirse la gente se quiere ir a la capital.

Para sacar San Cristóbal del marasmo económico y social en que se encuentra se necesitan un cambio de mentalidad y una política de acción continua hoy, porque de “mañana” ya el pueblo está cansado.

El autor es periodista.

El Nacional

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