POR: Efraim Castillo
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Aún hoy, como en el ayer y el antes-de-ayer que ocuparon nuestros antepasados, al hombre le preocupó el desorden, el caos, la entropía anexada al lenguaje y la información, pero devino un fenómeno que sintetizó sus ideas: el surgimiento del símbolo. Expliqué a mi hijo que el símbolo, tal vez adyacente al descubrimiento de la palanca, ocupó un sitial en las nociones primitivas de una tecnología y una estética, pero con la organización de la lengua pasó a ser una chispa, un estímulo, un motor para alcanzar la síntesis.
Con el desarrollo del símbolo había nacido el arte de la piedra, el paleolítico, la tecnología que no se ha detenido hasta llegar a la cibernética con sus elementos fundamentales: a) la informática, b) la robótica y c) la biónica. De ahí, que cada adición de “signo sobre signo, sobre signo, sobre signo” (según la teoría de Charles D. Peirce, 1883), conlleve desciframientos que irán transformando las informaciones gestuales y fonéticas. Hoy, sin embargo, la voz no es, posiblemente, el principio comunicacional que fue en el ayer.
Tal como lo gestual había perdido su importancia informativa con la organización de la propia lengua. Pero, ¿quién podría negarlo?: la voz ha sido el fundamento de la comunicación. Entonces, le afirmé a mi hijo: que quede claro, la voz humana fue la encargada de transmitirlo todo: las nuevas tierras y océanos descubiertos, los desciframientos de los asombros filosóficos, los descubrimientos científicos y tecnológicos, los nuevos lenguajes estéticos y, sí, lo primordial: los grandes destellos de la imaginación.