Las estadísticas indicaban que Mariano Rajoy merecía retener el poder en España. Bajo su gestión la economía recuperó la confianza al volver a crecer, el desempleo se redujo de manera significativa y las libertades no fueron restringidas. Y lo de la austeridad que tanto se ha criticado no es tal en el caso del régimen suyo, pues el déficit fiscal está supuesto a cerrar por el orden de un 5%, muy por encima del objetivo. Hoy, a pesar de quedar en primer lugar en las votaciones del día 20, está más cerca de perder el poder que de conservarlo por la abrumadora mayoría de sufragios que alcanzaron los dos principales partidos de oposición, el Socialista Obrero Español (PSOE), y el emergente Podemos.
Rajoy dista mucho en cuanto a imagen y léxico de una Cristina Fernández o un Nicolás Maduro, la expresidenta de Argentina y el actual mandatario de Venezuela que fueron barridos en las urnas. Si la derrota de los gobernantes suramericanos tiene tintes ideológicos por identificarse con una corriente de izquierda que recorría la región, también lo tiene el caso de España, puesto que el partido en el poder es asociado a la derecha. Si en la región había motivos para salir de regímenes conflictivos e inseguros para la inversión nacional y extranjera, no se puede decir lo mismo de la península ibérica, sino todo lo contrario. Las causas de los resultados hay que buscarlas entonces fuera de las ideologías.
Si las sociedades llegan a hartarse hasta de ellas mismas, ¿qué no sería de gobernantes y partidos políticos que no sintonizan con sus sentimientos? Los argentinos no repararon en las conquistas del kirchnerismo a la hora de negar el voto a su candidato, como tampoco los venezolanos con el modelo chavista, que sacó de la miseria a tantas familias, para volcarse con la oposición. A los españoles tampoco les importó la seguridad y confianza que inspiraba Rajoy al favorecer en las urnas a los partidos más radicales. En democracia, tal parece que a los pueblos no les gusta ni siquiera sentir que se les imponen normas de ninguna índole. Y piensan que con las leyes es más que suficiente.
En su momento de gloria, que coincidió con la caída de los socialistas, Rajoy hablaba con autoridad y desprecio por sus rivales. Hoy, sin embargo, se ha mostrado dispuesto a dejar atrás esa rivalidad con tal de llegar a un acuerdo que le permita seguir en el poder. Lo que antes rehusaba a rajatabla, ahora está en disposición de discutirlo. En aras del poder, aunque sea con el noble objetivo de fomentar el bienestar, la línea roja se ha borrado. Es la misma experiencia que se había dado en la región, pero a la inversa, cuando representantes de izquierda se aliaron a la derecha para alcanzar y mantenerse en el poder. La conclusión, entonces, es que la lucha no es ideológica, sino de intereses.