Opinión

Vivencias cotidianas de allí y aquí

Vivencias cotidianas de allí y aquí

Hoy no me sentía animada para escribir y, ese hecho, me incomodaba de forma superlativa. Normalmente, es lo que siempre me apetece hacer; la escritura me da vida. Pero nada, no había modo de que se me ocurriese algo interesante que contarles. Así transcurrió más de medio día, con mi mente en blanco, pesándome como una losa y, cuanto más me esforzaba, menos inspirada me sentía. Hasta que, precisamente, esa fue la palabra clave que dio rienda suelta a mi imaginación: la inspiración.

Dicho vocablo hizo que recordase a un gran artista contemporáneo, un maestro de la pintura y otras artes plásticas: Pablo Ruiz Picasso. Una de sus célebres frases era “Cuando baje la inspiración, que me pille trabajando”. De hecho, gracias a que aplicaba lo que, con tanta vehemencia, afirmaba, está considerado como uno de los más prolíficos de nuestros tiempos.

Picasso nació en Málaga, ciudad situada en Andalucía, sur de España, en el 1881 y falleció en Moulins, Francia, en el 1973. Por tan solo una diferencia de dos años, nunca regresó a su país natal. Se había prometido, y así lo cumplió, el no volver a pisar suelo español hasta que el dictador, Francisco Franco, hubiese muerto o hubiese sido derrocado. Pero, sus 92 largos e intensos años de vida, se lo impidieron y la parca se lo llevó antes que al mandatario.

Entre 1901 y 1904, alternó su lugar de residencia entre Madrid, Barcelona y París. Mientras, su pintura iba evolucionando hacia una etapa denominada “periodo azul”, potentemente influida por el “simbolismo”. En 1904, decidió trasladarse definitivamente a París y se estableció en un estudio situado en las riberas del Sena. Allí trabó amistad, entre otros tantos, con los poetas Guillaume Apollinaire, Max Jacob y el dramaturgo André Salmon. Entró en contacto con personalidades adyacentes al bohemio y artístico mundo de entonces. Algunos de éstos fueron los estadounidenses Leo y Gertrude Stein, y el que sería su marchante de por vida, Daniel-Henry Kahnweiler.

A finales de 1906, Picasso empezó a pintar un cuadro, de gran formato, que cambiaría el curso del arte del siglo XX: “Les demoiselles d’Avignon”. En esta magnífica obra convergen cuantiosas influencias, tales como el arte africano e ibérico, y técnicas y estilos tomados del Greco y Cézanne. Fuertemente influido por este último, acompañado de otro joven pintor, Georges Braque, asimismo se adentró en otra aventura: una profunda investigación de la herencia plástica vigente desde el Renacimiento. Fundamentalmente, la susodicha investigación, se centró en la esfera del carácter pictórico del volumen. Aquello dio lugar al inicio del “cubismo”.

A partir de 1909, ambos artistas, desarrollaron este estilo en una primera fase, que fue denominada como “analítica”.

En el 1912, introdujeron, en sus obras, nuevos elementos: recortes de papel, y otros materiales, directamente aplicados sobre el lienzo; técnica que denominaron “collage”. La acogida, en el círculo del “cubismo”, del pintor español Juan Gris, desembocó en la etapa sintética de dicho estilo, marcada de forma ostensible  por una gama cromática más rica y de otros importantes factores.

El Nacional

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