Opinión

Vivencias cotidianas de allí y aqui

Vivencias cotidianas de allí y aqui

Es muy triste perder, tras su fallecimiento, a un ser querido. Eso es algo harto sabido por la mayoría. Todos hemos tenido que pasar por ese sufrimiento en algún momento pues la muerte es algo natural que, tarde o temprano, nos ha de llegar.

A veces sobreviene demasiado pronto y le llega incluso a gente joven que llevaba una vida sana. De hecho, acaba de dejarnos Montse Ferriol Delgado, la hija de una muy querida amiga, Carmen Delgado y de Pascual Ferriol, a quien también quiero mucho, desde hace cuarenta años. Montse era una mujer que tenía todavía mucho que hacer en este mundo pero, desde hace diez años, un cáncer invadió su cuerpo. Sus mejores años, desde la edad de treinta y cuatro,  tuvo que dedicarlos a luchar contra esa terrible y traicionera enfermedad, aunque tenía a dos hijitas, un marido, unos padres y numerosos amigos a quien atender. Montse era una muchacha buena y encantadora, que no bebía, no fumaba y llevaba una vida familiar tranquila. ¿Porqué ese cáncer? Sólo el Todopoderoso lo sabe. Es un gran misterio.

Pero, cuando se pierde a seres queridos que aún viven, sobre todo cuando no se dignan ni siquiera darle a uno una explicación, es también muy doloroso. Y no me refiero únicamente a parejas sentimentales sino a amigos de toda la vida, familiares e incluso a hijos.

Soy de la opinión de que, si alguien quiere romper una relación, que ha sido satisfactoria y agradable durante muchos años, lo mínimo que puede hacer es aclarar el motivo de esa decisión. Y, si no ha sido tan hermosa como uno creía, debería también decirlo al interesado. Entonces, éste debe aceptar lo que el otro desea, sin reparos, aunque sufra.

Muchas veces esto no resulta fácil porque uno se queda perplejo, sorprendido por la forma de actuar de la otra persona y se enreda en una maraña de conclusiones que no llega a comprender, al no haber recibido la información que necesita para sanar el duelo. Más aún cuando uno insiste en que le aclaren los motivos de la ruptura, infructuosamente. Hay que tener, empero, mucho cuidado en no quedarse enganchado en la eterna pregunta: ¿Por qué?

Si la otra persona se ha empeñado en hacernos sufrir su adiós, por el motivo que sea, uno puede intentar repararlo pues “mientras hay vida, hay esperanza”. Pero si no lo consigue, a pesar de su natural empeño, tiene que hacerse a la idea de que, para esa persona, uno no es merecedor ni siquiera de una aclaración. Esto es doloroso y muy difícil de sobrellevar pero también hay que aprender a aceptarlo. ¡Eso supone crecimiento interior! La aceptación de lo incomprensible.

Mi madre, que en Gloria esté, solía repetirme un conocido refrán: “El mayor desprecio es no hacer aprecio.” ¡Cuánta razón tenía mi bella progenitora! Pero insisto, si alguien quiere despreciarme, por lo menos que me diga qué ha provocado esa reacción suya. Es posible que me duela pero no tendré más remedio que integrarlo.

Esto se asemeja, en parte, al tema de las desapariciones. Las considero peores que la propia muerte porque uno no termina de “cerrar capítulo” y sigue esperando alguna noticia del desaparecido. Eso puede durar años, incluso una vida entera. Escribiré sobre ello más adelante pues considero que es un asunto terrible y desgarrador que merece la pena ser comentado.

Aída Trujillo Ricart http://aidatrujillo.wordpress.com/

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