Opinión

A rajatabla

A rajatabla

Orión Mejía

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En el ejercicio de la actividad política, mi generación tiene una ventaja frente a nuestros mayores y a los jóvenes de hoy, porque los primeros quedaron signados por la dictadura de Trujillo y los segundos son prisioneros de la Sociedad del Conocimiento que los despoja de su fortaleza primaria, que es la sensibilidad social.

Nuestros abuelos se desarrollaron en una cultura montonera, basada en el caudillismo generado por rebelión y la violencia; nuestros padres fueron subyugados por una tiranía sin ejemplo, pero nosotros nacimos a la vida política con el primer referente de libertad que fue el gobierno democrático de Juan Bosch.

Las primeras referencias que acuñamos los nacidos poco antes del ajusticiamiento del sátrapa son historias de lucha de nuestros hermanos y sus amigos contra los remanentes de la tiranía y después contra el golpe de Estado, el Triunvirato y su participación en la Guerra de Abril.

En no pocas tertulias, se habla siempre de algún pariente que habría tenido participación en la resistencia contra el invasor o que estuvo en la Batalla del Puente o que peleó junto al coronel Caamaño o Montes Arache. Son herencias indelebles que contarlas aburre a nuestros hijos.

Sin importar la militancia política de hoy, mi generación se une por un mismo cordón a tiempos de los 12 años y a la lucha contra el retroceso político en los liceos, en la Universidad, en los barrios y en los partidos de izquierda o en el PRD y PLD.
El amor, respeto o fervor por la democracia y las libertades lo heredamos de nuestros hermanos, quienes a su vez lo obtuvieron como heredad de nuestros padres, aunque con connotaciones diferentes, porque los abuelos no pudieron alcanzar la cima de la libertad.

No estoy seguro de que hijos y nietos aquilaten ese tesoro que mi generación administra con mucho celo como herencia de nuestros mayores, que atisbados de males físicos todavía tienen fuerza para llamarnos la atención cuando sentimos debilidades políticas o éticas.

La juventud de hoy navega y se extravía en las redes sociales, a la que confunde con el fuero familiar, por lo que para muchos, padre, madre y hermanos, tienen los nombres innominados, con rostros ajenos que les presentan desde la nube cibernética.
Es por eso que hoy más que nunca tenemos que venerar a nuestros abuelos vivos, oír con atención sus historias, transmitirlas a nuestros hijos, aunque se aburran, porque ese será el legado más preciado que podrán tener de nosotros.

La libertad, la justicia y la democracia nacen y se alientan en la institución familiar el último baluarte que nos queda y que debemos defender ante el embate de la globalización del libertinaje colonial que intenta despojar a nuestros hijos de la sensibilidad, amor filial y respeto a los valores patrios que heredamos de nuestros padres y abuelos.

El Nacional

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