Opinión

Agenda Global

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Corrían los años finales de la década del 70 y el llamado   boom latinoamericano integrado por un grupo de novelistas que,  con una estética narrativa novedosa y experimental, fueron publicados en Europa y alcanzaron reconocimiento de la crítica literaria allende los mares, fenómeno que  convirtió en ávidos lectores a muchos adolescentes entre los que me encontraba, teniendo yo la fortuna de forjar mi carácter en un mundo familiar y escolar donde la literatura fue parte del proceso de aprendizaje hacia un ser sensible y consciente de la condición humana.    

Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Carlos Fuentes, José Donoso, Mario Vargas Llosa, entre otros pocos, saltaron a la celebridad internacional con novelas de innegable calidad literaria, ambientadas y denunciantes de una situación social y política imperante en la región que, de tan inverosímil para el mundo civilizado, creó un nuevo imaginario: mezcla de una insufrible realidad que se pretendía superar mediante la redención de los oprimidos y de la maravilla cotidiana necesaria para sobrevivir en el intento.

Al final, el realismo mágico devino la verdad de la mentira, o algo por el estilo. 

Vale tan políticamente incorrecto preámbulo de quien sólo aprecia la literatura en lo más íntimo, que la comenta sólo con los más allegados y cuando alguna emoción vale la alegría, para expresar mi más amplio y profundo regocijo por el Premio Nobel de Literatura para Marito el personaje de la inolvidable Tía Julia y el Escribidor, radionovela como alegoría de la irrealidad real donde el indescriptible Pedro Camacho exclamaba que él no leía para no recibir influencias…

A pesar de que respeto a quienes critican la opción ideológica que adoptó luego de su desafección pública y crítica hacia los regímenes totalitarios y despóticos tanto de izquierda como de derecha, por mi parte valoro más la irrefutable maestría narrativa de quien también ha decidido hacer de su pluma la trinchera de una militancia liberal que reivindica la soberanía del individuo para decidir su vida sin presiones ni condicionamientos, en exclusiva función de su inteligencia y voluntad.

En uno de los prólogos de la edición del IV centenario de Don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes editada por la Real Academia de la Lengua, Vargas Llosa afirma que al mismo tiempo que es una novela sobre la ficción, “el Quijote es un canto a la libertad”, la que siglos más tarde Isaías Berlin denominaría como “libertad negativa”: la de estar libre de interferencias y coacciones para pensar, expresarse y actuar, idea de libertad como desconfianza profunda de la autoridad, de los desafueros que puede cometer el poder.

Para Vargas Llosa, Don Quijote exalta a lo largo de la novela esta idea de la libertad, que es individual, pero que también requiere un nivel mínimo de prosperidad para ser real, porque quien es pobre y depende de la dádiva o la caridad para sobrevivir, nunca es totalmente libre. Loor al merecido Nobel de la literatura y de la libertad.

El Nacional

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