Opinión

Agenda Global

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Esta oportunidad de escribir y ver publicada una columna semanal en un medio tan importante como este produce la gran satisfacción de compartir las ideas propias con la amable lectoría, pero también comporta altos riesgos.

El principal de ellos, como dice una buena amiga que por ello prefiere no ver expuestos sus personales criterios en la prensa, es que te granjeas cierta enemistad de los que no están de acuerdo con la manera en que uno analiza tal o cual acto o evento.

Por igual, los que sí lo están te consideran alguien cercano y, en ocasiones, así te lo hacen saber. Gajes del oficio, porque esto va de debatir ideas y no de juzgar a personas en lo personal, valga la redundancia, que por sus hechos los conoceréis…   

Otro asunto que suele ocurrir es que, como en mi caso, la colaboración es una vez a la semana -todos los jueves-, antes de redactar la versión final a ser enviada los miércoles pues uno apunta una que otra idea sobre algo que sucedió o que transcurre, o lo comenta con alguien cercano y, a veces, pasa que otro analista escribe antes en la misma línea del pensamiento propio, por lo que admitir la coincidencia es, para mí, un acto de humildad y de justicia.  

Esto último acaeció recientemente con unos párrafos de la columna de la aguerrida socióloga Olaya Dotel, a quien cito:

“Lo cierto es que el presidente Fernández le dice a la ciudadanía con sus aprestos reeleccionistas que los acuerdos siempre pueden violarse en función de la propia conveniencia, no importa si éstos tienen carácter de ley o como es el caso, está contenido en el principal contrato que tiene el Estado dominicano, su Constitución.

Por tanto, la sistemática impunidad de las faltas cometidas por quienes nos dirigen le dicen a la ciudadanía que violar las normas, incumplir sus compromisos con la sociedad, tomar lo que no es suyo  y aprovecharse de los recursos públicos en beneficio propio, de amigos y familiares en detrimento del bien colectivo está bien.

El comportamiento de quienes tienen la responsabilidad de conducir el poder político tiene un importante efecto pedagógico.

Colocados en lugares de alta visibilidad, sus acciones, más que sus discursos le dicen a la población cuál es el modelo de éxito a seguir”.

Sin ánimo de generalizar pero tomando la regla, no las excepciones que la confirman, como a la amiga Olaya, me resulta insólito que desde el Gobierno del Estado, pletórico de funcionarios prepotentes, mediocres y violadores consuetudinarios de la Constitución y de las leyes, se conciba y se financie con fondos públicos una campaña masiva para, supuestamente, promover los más altos valores humanos en una ciudadanía hastiada de ver elevados a la categoría de “razón de Estado” los más perversos y execrables anti-valores.

El primer valor que pretende realzar la campaña es la honestidad y cabe preguntar: ¿Esta se predica con el ejemplo en el ejercicio de la función pública?

El Nacional

La Voz de Todos