Opinión

Al día

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Sigue la respuesta del escritor al correo electrónico recibido, a partir de la premisa, ser o no ser escritor, sugerida por el nombre de su autor:

“Producto de la venta de mis libros y de los premios recibidos no tengo en los bancos ni un solo centavo. Todo se ha ido en comida, energía eléctrica, gasolina y demás gastos de supervivencia. Eso aparte de la satisfacción de que mis libros fueron vendidos uno a uno en las librerías del país hasta agotarse y unos que otros en el extranjero.

“No puede olvidarse que Caracoles fue vendido al pregón en las calles dominicanas al precio de un peso. La biografía de Francis Caamaño se vendió a dos pesos. El Guerrillero y el General fue en otra época y valía cien pesos. El más reciente Caamaño en Europa (1966-1967) se vende a 850 pesos. Así han sido los precios durante los 30 años recientes. Si estimamos que Euclidito ganó como promedio en tres décadas, 100 pesos con cada libro, tendría que haber publicado un cuarto de millón de ejemplares, lo cual todos sabemos que no es cierto, a menos que estén almacenados en los depósitos de los ministerios del actual gobierno sin que alguien les haya puesto un ojo encima.

“Con las ganancias recibidas por Euclidito, sería bueno averiguar si pagó los impuestos sobre beneficios ante su compañero Juan Hernández. A mí me ha tocado pagar impuestos sobre pérdidas.

“Ah, olvidaba decirte que tengo 55 años de graduado de ingeniero civil, trabajando todo el tiempo, y lo único que tengo como propiedad compartida es la casa en que vivo, herencia de mis padres Dardo Hermann y Ofelia Pérez.

“Envidio la capacidad empresarial e intelectual de Euclidito que como escritor y abogado, supongo que dentro de los márgenes legales correspondientes, ha podido acumular tantas riquezas en propiedades y otros valores”.

Los escritores dominicanos lucen resignados a que sus publicaciones les ocasionen pérdidas, de dinero, porque el libro no se vende siquiera en las modestas ediciones de mil ejemplares, y de dinero, porque lo es, también, el tiempo que se invierte en creación o investigación y redacción.

De ahí que la literatura y la investigación sean para los escritores un costoso “hobby”, lo que no se refleja siempre en la baja calidad de las obras, algunas muy buenas.

A lo que quizá no se resigna el escritor es a que, encima de la tragedia de su realidad, venga cualquiera a tratar de burlarse de ellos.

Con Hamlet, entonces, ser o no ser escritor. Pero serlo a conciencia de lo que cuesta: pérdidas de las que en muchas ocasiones hay que pagar impuestos.

El Nacional

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