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Bidó en trance

Bidó en trance

Por el color, por las amapolas, por los sueños del hombre, por los pájaros y “las edades del viento”, por la ruindad de los elementos, por el tiempo del cielo…

En los campos, tras los arrecifes, bajo las hojas largas, por la estación más corta, por los espacios más provechosos, por los recodos más  apetecibles…

Perdido en los cantos del camino. Iluminado en los despeñaderos del sueño. Enceguecido por los arrebatos de la transparencia y la utopía. Volcado su corazón entero hacia la invención de lo invisible…

Hecho de bosque y espuma, de agua y madrépora, de sol, madera, cristal, coral, nube y susurro; como un buen bosquejo de ola y nave insurgente…

Bidó habla, pinta y murmura por decreto real de la divina  naturaleza.

Por designio de la lluvia y la ternura, su estro navega en el alma del rocío que la rosa anega, para luego escapar ileso por los mágicos y decidores intersticios de sus cerdas indomables.

Huele a tierra y a sereno, Bidó, tan cándido como esos cuadros coloridos e inolvidables, tachonados de fantasmas  de porosa eternidad, pero siendo azul; la luz memoriosa de lo postrero y lo sagrado cuida hoy la ubicuidad de su sombra, semejando la gravidez de una cancela de esplendor irrepetible, nacida en el centro  fabuloso del Mar Caribe.

Esto es; se refiere uno a la tibieza de su ser  bajo andamios azules  y cigarras amarillas. 

Se siente uno convocado a su fiesta de colores, por la inmensidad de su  estatura de ostión bendecido y  caprichoso.

Esa es la dulce condena. El trance impuesto por la brevedad y  lo absoluto.

Candor y pensamiento del azul en los sobrerrelieves insatisfechos.

Calidez humana en los sabios  humedales  de los trópicos, dispuestos cual trazo inamovible de la fascinación y el desespero.

Así ronda el campo, y la vida del hombre cifrada por el Imago insaciable.

La formula es combinar los aperos de la verdad con la sencillez  de la belleza y la consagración de los instintos.

Bidó vuelve a Ítaca. ¡Retorna en armonía nuestra identidad a su blasón más puro y espejeante!.

El Nacional

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