Opinión

Ciudad y desigualdad

Ciudad y desigualdad

Ciudad y desigualdad (2)

El campo, esto es los pueblos del interior, no tienen quien les escriba. Necesitan disfrutar de derechos consagratorios, como los promovidos en el Seminario Mundial por el Derecho a la Ciudad Contra la Desigualdad y la Discriminación, realizado durante el II Foro Social Mundial [Porto Alegre, enero de 2002]. En Rayuela, Julio Cortázar había acuñado, hace casi medio siglo, una suerte de “derecho de ciudad” oculto en las ambiciones de cada individuo de ser parte del paisaje urbano. La ruralidad le da el toque poético a la ciudad, atributo natural innegociable para holandeses, suizos, rusos, alemanes y franceses. Más bien, para casi toda Europa.

Sobrepasa la mitad de la población mundial, la parte que vive en ciudades. En proporción similar se distribuye el número de dominicanos que reside en la zona rural y en los grandes centros urbanos. Esto contribuye, asimismo, a la depredación del ambiente, acelerando los procesos migratorios y de urbanización, la segregación social y la privatización de los bienes comunes y de los espacios de dominio público.

Esta realidad favorece el surgimiento del Derecho a la Ciudad, definido como el usufructo equitativo de las ciudades dentro de los principios de sustentabilidad y justicia social. Expresión fundamental de los intereses colectivos, sociales y económicos, en especial de los grupos vulnerables y desfavorecidos, respetando las diferentes culturas urbanas y el equilibrio entre lo urbano y lo rural.

Los centros regionales de la UASD, juntos a media docena de universidades privadas, contribuyen notablemente a descentralizar y, en cierto modo, a democratizar la educación superior, con resultados económicos aún no cuantificados, pero tan ostensibles como la falta de una seria y sostenible política oficial en este renglón. Procede, no obstante, una efectiva intervención estatal a los fines de que las carreras en oferta sintonicen con las realidades económicas y sociales de las regiones donde operan.

Para que el cambio sea posible es necesario que todas las fuerzas actúen en sentido contrario al proceder del caduco liderazgo político que nos ha gobernado durante las últimas décadas. Ni los partidos, ni el aparato productivo, mucho menos el financiero y mercantil, tienen garantizada su permanencia y crecimiento en un orden tan injustos e inhumano como el prevaleciente en nuestro país. Sus potencialidades dependen de una amplia participación. En una sociedad, excluyente y viciada como esta, donde pocos se reparten el pastel, los mercados operan de manera limitada y restringida.

Que estas expresiones no hayan sido aprovechadas por un liderazgo firme, competente y visionario, no significa que vayan a diluirse. Más bien, representan la antesala del esperado liderazgo.

El Nacional

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