Opinión

Congiendolo suave

Congiendolo suave

Indiscreto discreto
Aquel joven, en los primeros años de la década del cincuenta, llamaba la atención de las mujeres porque era de elevada estatura, y robusto porque hacía ejercicios con pesas. Se metió en amores con una joven de mi barrio, conocida por su chivería, y durante el romance contaba con lujo de detalles a sus parientes y amigos, las jornadas de caricias que compartía con su pareja.

Y como la capital dominicana era de reducida extensión geográfica, y además escasamente poblada, la fama de indiscreto amoroso del tipo se regó como buscapiés de fuego artificial navideño.

A tal grado llegó esa mala imagen, que fracasó en el cortejo romántico que dedicó a una divorciada, de quien se decía que el marido la dejó cansado de aguantar los cuernos que le colocó sobre el frontal.

Se llegó a decir en tandas chismorreicas, que de todos los hombres que habían pretendido a la casquivana fémina, al único que rechazó fue al que unía en su persona indiscreción y fantochería.
Ante esa situación el joven se tornó melancólico y taciturno, y comenzó a frecuentar prostíbulos, para disfrutar de las caricias compradas de las que ejercían el milenario oficio. En su burdel favorito era presencia obligada la del propietario, un presunto cundango, que “no se partía”, o sea, que tenía apariencia, voz y ademanes de machazo.

El indiscreto estableció tan buena relación con el maipiolo, que llegó a tener crédito en el lenocinio en materia de consumo de bebidas alcohólicas y cigarrillos, y en el uso de las habitaciones, tanto de paso, como con amanecidas.

Quizás los malos pensamientos de sus amigos y relacionados acerca de esta enllavadura tardaron en producirse porque el personaje había pasado por las armas de su virilidad a la mayoría de las meretrices del cabaret.

Buen bailarín, se lucía en diversos géneros de la música popular que salían de la vellonera, y en los boleros, apretaba a sus parejas fuertemente, prodigándoles de cuando en cuando besos chupópteros en las mejillas.

De pronto surgieron comentarios maliciosos acerca de un supuesto romance contra natura entre el chulámbrico y el celestino, pese a que nadie los vio andar juntos por las calles, ni con acercamientos físicos equívocos.

Sus encuentros solo se producían en el sitio de diversión, donde sostenían conversaciones que a veces duraban horas. El tiempo no descorrió el velo del misterio de aquella amistad, porque el indiscreto heterosexual que nunca se casó, mantuvo firme e invariable reserva sobre su camaradería con un sospechoso de esconder afición por la carne de cocote.

El Nacional

La Voz de Todos