Opinión

Congiendolo suave

Congiendolo suave

Explicable pegada romántica
De piel mulata, aquella muchacha era tan bajita, que justificaba la ingeniosa frase de que cuando uno la miraba, se terminaba de una vez. De pectorales y caderas casi inexistentes, muchos la definían con las expresiones denostativas chata y cuadrada.
En sus rostro ocupaban lugar señero unas cejas copiosas, que ella nunca depiló, afirmando que lo que dios creó no había ninguna razón para modificarlo.

Debido a la modesta posición económica de su familia, no exhibía elegancia en su vestimenta, y quizás a esa circunstancia se debía que su rostro mostrara casi siempre escaso maquillaje.

Aunque no podía ser calificada de antipática, tampoco era dada a pelarle el diente con sonrisa frecuente a la gente.
No le creí cuando me dijo que, aunque sabía que no era hermosa, nunca le faltaban enamorados, añadiendo que eso demostraba que algún encanto secreto poseía.

Un día me contó que dos de estos pretendientes se entraron a puñetazos, porque durante una conversación cada uno afirmó que era el preferido de ella. Repetía la autodenominada “gustámbrica” que nunca contraería matrimonio, debido a que era una relación que daba brega desbaratar.

Por eso a nadie sorprendió que se mudara con uno de sus cortejantes en una casa de un barrio de baja clase media, convivencia que duró poco tiempo, debido, según explicó, a que su pareja la celaba “con todo el vivo, porque se daba cuenta de que llamo la atención de los hombres”.

Aseguró que varios amigos de su ex le giraron románticamente, y su ex lo atribuyó a que ella era coqueta y chivirica, y de nada valió que argumentara que no tenía la culpa de su “gustambrismo”.

Con más de uno de sus familiares, amigos, relacionados y enamorados, hablé sobre el atractivo sexual de la damita, y al final la conclusión a la que se llegaba era que esta tenía algún oculto y misterioso encanto.

Como siempre ocurre con las mujeres de poderoso atractivo, mi amiga encontró un hombre del cual se enamoró perdidamente, y con quien se casó, renegando de su proclamada matrimoniofobia.

Recientemente una de sus hermanas me dijo que como su parienta admitía que le gustaban todos los hombres, y no lo disimulaba, ella a su vez atraía a todos los hombres que se daban cuenta de ese detalle.

Quedó resuelto con esa explicación, al menos para mí, el misterio de una mujer que, sin tener nada en la bola, como decían algunas congéneres envidiosas, fascinaba a los hombres.

El Nacional

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