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La lucha contra la corrupción y la impunidad siempre ha resultado difícil de combatir en toda sociedad. Mas esto no significa que estos flagelos no puedan ser sometidos a la obediencia, por así decirlo.

Todo es cuestión de voluntad y decisión; de mucha responsabilidad y compromiso por parte de todos los personajes que se encuentran dentro del escenario, y, obviamente que me refiero a los protagonistas y a los antagonistas.
Lo que no podemos permitir es que los corruptos y los amantes de la impunidad se vanaglorien de sus andanzas y fiestas de puro bacanal, como si fuesen súper héroes dominicanos, burladores del rayo fulminante de la justicia y de las vistas malditas de aquellos que se hacen de la vista gorda, y los dejan actuar a costa del crecimiento desbordante del fenómeno de la pobreza y del desempleo, más el auge peligroso de la delincuencia.

¿Hasta cuándo los que condenamos y rechazamos estas desvergüenzas estaremos obligados a convivir con ellos?

No importa quién quede al descubierto y atrapado entre las redes corruptivas e impunes. La que nunca debe tocar el suelo es la bandera ética y moral que orgullosamente supieron mantener levantada Juan Pablo Duarte, Ulises Francisco Espaillat y Juan Bosch.

El funcionario que traicione la confianza que el Señor Presidente ha depositado en él, sin pérdida de tiempo, ha de ser destituido de sus funciones dentro de la dministración pública, y entonces que el poder judicial cumpla con sus funciones. Aquí se tiene que castigar a los corruptos. Sólo así desaparecerá la impunidad. Queda dicho.