Opinión

CRÓNICA DEL PRESENTE

CRÓNICA DEL PRESENTE

Cincuenta y cuatro años después  (II)

En nuestra columna anterior, y volvemos hablar en plural, en el último párrafo de la misma dejamos constancia de nuestra preocupación por el bajo nivel cultural de nuestro pueblo, que ha descendido a una profundidad tal que realmente lo que crea en nosotros es consternación, compasión y sufrimiento, porque los dominicanos no se merecían, ni se merecen, esta situación que estamos viviendo. Hemos dejado constancia en múltiples ocasiones de que la composición social de nuestro pueblo tiene profundos matices de diferencias con las de otros pueblos hispanoamericanos, y queremos dejar constancia que muchos años antes de que Juan Bosch escribiera “Composición Social Dominicana”, habíamos advertido que esa composición social hacía difícil, muy difícil, la comprensión del proceso histórico por el que hemos transcurrido desde el principio de la conquista, iniciada por la monarquía española a partir de 1492.

Sin que sea una expresión de engreimiento, de sobreestimación o altanería, queremos dejar constancia que tal vez un mes antes de que Rafael Trujillo Molina fuera ajusticiado, requirió nuestra presencia con la intención de conversar en relación con una declaración pública que dimos y que recogió el periódico matutino: “La Nación”, saludando las sentencias de “divorcios por incompatibilidad de caracteres”, que había dictado el presidente de la Cámara Civil y Comercial del Juzgado de Primera Instancia del Distrito Nacional, única Cámara que existía en la capital de la República, bajo la responsabilidad del magistrado Antonio Tellado, mediante las cuales se aceptaban esos divorcios, aunque los matrimonios de las parejas que los integraban se habían casado bajo el ordenamiento de las disposiciones del Concordato, suscrito con el Estado del Vaticano y el gobierno de la República representado por Rafael Trujillo Molina, en 1954.

Trujillo le pidió a Fortunato Canaán padre, senador por la provincia Duarte, amigo de nuestro padre, de muchos años atrás y quien nos conocía desde nuestra niñez, que me llevara a San Cristóbal, porque en esas declaraciones que había recogido “La Nación”, se había hecho una interpretación no completa de lo que realmente el autor de esta columna quería decir. Fortunato Canaán, a quien respetaba y por quien sentíamos admiración, ya que era un excelente abogado, con amplio ejercicio profesional, buen expositor, frontal y una de las figuras que desde el inicio del régimen se había puesto al lado de Trujillo, nos invitó a que lo acompañáramos un martes, a la caída de la tarde, a la casa veraniega que Trujillo tenía en Najayo, a la orilla del mar. Trujillo nos recibió ya entrada la noche, lugar en el que se encontraba acompañado de una hermosa joven, que desconocíamos su nombre y su origen. Complaciente nos saludó sonreído, y dijo: “yo soy tu bartender, y quiero que me digas qué quieres tomar, porque me interesa saber cuál es tu criterio de ese tema tan importante que trataste”.

No obstante lo avanzado de su edad, tenía 69 años cumplidos, Trujillo, que era un hombre engreído y además un excelente actor, nos sirvió a Fortunato y al autor de esta columna, unas copas de “Carlos I”, del que se embotellaba expresamente para él en España y reiteró: “lo que dijo el periódico no fue lo que realmente tú dijiste, y como tú eres abogado que ejerces la profesión, aquí frente a otro abogado con mucha experiencia como Fortunato, quiero saber la verdad”. Continuaremos…

El Nacional

La Voz de Todos