Opinión

Cronopiando

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Cuando se pierden los sentidos
Todos estamos condenados a perderlos. La mayoría lo hacemos lentamente y hasta observamos la compensadora costumbre de azuzar el ingenio o el sentido común para paliar los estragos del tiempo. De ahí que carecer de sentidos para tantos que hemos dicho adiós a algunos, no supone mayor problema. Especialmente, cuando se es consciente de lo que se gana y pierde, en ese ir y venir de sentidos y experiencias.

Sin embargo, cuando se es presidente de un país y se extravían todos los sentidos, sin tener edad para perderlos ni compensación que alivie el desatino, menos aún conciencia de los hechos, el problema puede ser trágico porque las carencias de un presidente nos desnudan a todos.

Y Leonel Fernández hace tiempo que perdió la vista. Si la conservara no repetiría, uno por uno, los errores que coronaron sus primeros años al frente del gobierno. No insistiría en sus faraónicas  obras que, en el mejor de los casos, sólo son paliativos a un problema de fondo inabordable. Si conservara la vista no se rodearía de las mismas sombras, de los mismos leguleyos y escribanos. No buscaría las mismas alianzas, no implementaría las mismas políticas, los mismos proyectos. Si el presidente conservara la vista es posible que, también, conservara su memoria y la “liberación dominicana” que alentara el profesor Bosch fuera algo más que una anécdota conforme y archivada.

Pero además de la vista también ha perdido el oído. Porque debiera oír la justeza de reclamos antiguos, nunca satisfechos, en todos los caminos del país y no los oye. Porque debiera oír las demandas de conducir lo que queda de nación hacia destinos más dignos y felices que el Hotel-Resort V Estrellas en que aspira a convertirla y no las oye. Porque debiera oír la común y general reivindicación de hacer de la República Dominicana un país posible, en que no mate el hambre ni las balas perdidas, en el que un maldito celular no te cueste la vida, del que nadie huya a bordo de una yola y la salud no sea un acertijo ni la educación una canción de cuna… y no la oye.

Tampoco tiene olfato, ese elemental y primario sentido que te recuerda quien anda a tus espaldas, quien al frente, qué mano da las cartas, quien guarda el comprobante, ese natural sentido que te lleva a anticiparte, a prever la jugada… Y tanta dolorosa pérdida de sentidos más agrava sus culpas si, como viene al caso, también, se ha perdido el gusto.

Nadie hubiera dado en suponer que el presidente acabara extraviando en los entresijos de sus años de gobierno, incluso, el gusto. El gusto de no haber dicho nunca una de más ni una de menos,  el impecable traje, la palabra precisa, el paso firme, el exquisito porte,  las maneras,  el tono irreprochable, el gusto comedido y “comesolo” que jamás  habría visto amenazada su alcurnia  por la “hipólita” experiencia que hubo en medio. Pero  hasta el gusto ha perdido y, ya sin eufemismos, santifica el infierno, reivindica demonios como próceres, se transforma en parodia de sí mismo, las malas noches le destemplan la voz… Y con el gusto también se pierde el tacto. Vienen los exabruptos, las salidas de tono, los guardias en la calle… Que ojalá no perdamos los demás,  los sentidos que no tiene el Presidente.

El Nacional

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