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Cuentas que no están  claras

Cuentas que no están  claras

“Comadrita, el amigo Nicolás Mateo le envía este artículo”.  El mensaje tiene fecha 1 de agosto. Dos días después, recibo la noticia de quien me lo reenvió, el compadre José Miguel Montero,  murió tras ser intervenido para corregirle un problema respiratorio.

 Se trataba de una simple cirugía de tabique nasal.

¿Hay alguna instancia a la cual se pueda acudir para pedir cuentas a un sistema de salud que no es tal cosa?

En marzo del año pasado, otro periodista, Luis Adames, también tras una intervención quirúrgica, dejó de respirar. Por supuesto, ya no se escucha su voz en las mañanas anunciando en broma lo que se esperaba en serio…

Adames, a veces me llamaba comadre, y otras veces, por hacer coro a los bromistas de siempre, me llamaba viuda o viudita… Cuando el presente pasa a ser recuerdo, la nostalgia es incontenible…

Quienes hemos compartido trabajo, muchas veces junto a episodios de brindis,  conversación y discusiones, en la redacción del diario El Nacional,  perdimos en circunstancias similares dos queridos compadres.

Si hubo negligencia o mala práctica médica, sería preciso probarlo, pero es evidente que las debilidades de un sistema de salud que no merece ese nombre, nos colocaron en las puertas de dos actos de despedida que jamás percibimos que se producirían en el corto plazo.

Luis Adames tenía 49 años. Adames hablaba con orgullo de su hija Amy, quien el mes pasado (un año y tres meses después que él murió), se graduó de bachiller. A su pequeño Alan, lo describía como inteligente y cariñoso.

Me decía con frecuencia que “María se siente muy dichosa por haber parido a esas dos criaturas”, pero terminaba confesando que María, Amy y Alan, eran la razón de su existir… Ellos todavía preguntan “por qué murió Luis”.

Montero, quien no llegó a cumplir los 47 años, manifestaba alegría por  el avance en matemática de Wadys, Omar y José Alejandro. “Comadrita, esos amiguitos suyos me han dejado atrás en esa materia”, comentaba… Ellos no prepararon la despedida, porque no la esperaban.

Amy y Alan no sabían que sería la clínica Gómez Patiño el último lugar que visitaría Luis Adames. Igualmente, Waddy, Omar y José Alejandro, no sabían que sería el Centro Médico Antillano el último lugar al que acudiría su padre por elección propia.

Pésames, lágrimas, y las frases que dictan la emoción, no quedar como único antecedente del punto final de este relato. Es preciso exigir que no se siga apostando al olvido, y entender que tenemos el deber de indagar cuántas personas mueren cada día en este país en circunstancias similares a las que nos obligaron a despedir a los compadres Adames y Montero. ¿Quiénes se encargaron de colocar la muerte en la agenda de dos hombres que acudieron a sendos centros médicos con la esperanza de salir en pocos días a disfrutar plenamente la vida?

Caso Adames

Luis Adames falleció la madrugada del sábado 9 de marzo de 2011 al presentar una reacción alérgica a la anestesia que le aplicaron para  operarlo de una hernia discal en la Clínica Gómez Patiño.

Su deceso sorprendió a sus familiares y a los compañeros de trabajo, que todavía ayer no asimilaban el hecho, ya que, como destaca el panegírico “cuando parecía que la vida le sonreía, que la familia se afianzaba y Dios le acompañaba en sus altos designios, llegaron los padecimientos que debilitaron su cuerpo, y que finalmente adormecieron su alma”.

Agrega que “quizás describir su vida sirva de ejemplo para sus más  cercanos, y un poco para entender el valor del sacrificio personal y sobre todo, saber que se puede crecer, madurar y progresar sin abandonar los principios, los nobles ideales y las altas misiones que hoy se vuelven en una vida de fluir constante”.

El Nacional

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