Opinión

Cultura en sabado

Cultura en sabado

¿Lo sabía usted? Si lo sabía le felicito. Es usted una persona informada, que en estos tiempos tiene valor de enriquecimiento lícito. ¿Podría usted contestarse a sus adentros, por qué eso del Día de la Arquitectura dominicana? No le abrumo con más preguntas. Prefiero dialogar con usted, comentándole cosas pasadas, pero recientes, que contribuyeron a ampliar el acerbo cultural de quienes están inmersos en el mundo del diseño para facilitar las construcciones que llenan las ciudades y se ven en los campos y enclaves turísticos como maravillas del progreso y el desarrollo.

La arquitectura en el mundo es milenaria. Pero en República Dominicana apenas alcanza a madurar un ciclo medianero que rebasa el medio siglo, y responde a dos patrones históricos inquebrantables. Es heredada desde tiempos anteriores al proceso de colonización, con los inconscientes bohíos o caneyes de los nativos, y se transmutó consciente con las edificaciones, portentosas para el momento, con que la impronta conquistadora impuso su ideología religiosa sobre el territorio insular del archipiélago antillano. Pero solamente adquiere visos de representatividad nacional cuando ya la enseña tricolor ondea orgullosa sobre el perfil de un país recién nacido en 1844.

Tenemos una apreciable muestra de arquitectura que identificamos como colonial porque se produjo en tiempos del fortalecimiento y consolidación de las expansiones territoriales que en ultramar hacían los conquistadores europeos en esta parte del mundo. Y por supuesto, su nombre deriva del genérico, cuestionado y debatido, pero aceptado y aplicado al apellido del “descubridor” de América, Cristóbal Colón, de donde se extrae, por extensión lo de “colonización”. Esa arquitectura tiene ya más de 500 años y permanece, dada su persistencia al ser construida en piedras, lo que la hizo objeto de atención asentado en medio de las ciudades que fueron creadas a principios del siglo XVI.

Luego, surgieron otras arquitecturas en el proceso histórico de desarrollo del pueblo que se gestaba en la parte oriental de la isla, fratricidamente dividida por Francia y España mediante acuerdos de aposentos que no repararon en contingencias futuras. Y aunque el colonialismo persistía, ya esas arquitecturas no tendrían etiqueta o identificación de colonial pues los procesos cambiantes se hacían ya muy vertiginosos y no daba el tiempo para reclamar propiedades intelectuales de sectores que ni siquiera estaban muy claros ellos mismos sobre su procedencia y destino.

Era, eso sí, una arquitectura menos estable, más deleznable, efímera, apenas subsistente.

El Nacional

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