Sin estridencia, el presidente Danilo Medina conduce el país por senderos de progreso y desarrollo. Con un concepto sobre el Estado que supera a todos los clásicos, asume su propia manera de gobernar. Si lo comparamos con la de El Leviatán de Thomas Hobbes, el mandatario no se encierra en ucases antidemocráticos, y pondera todas las opiniones para decidirse por la que más convenga al bienestar de la nación. El caso de Bahía de las Águilas es ilustrativo.
El discurso del 27 de febrero y su forma de abordar el problema de la empresa minera Barrick Gold lo pone por encima de las concepciones de Richelieu, cardenal francés del siglo XVII, de quien todos sus principios rectores se derivaron de su raison détat (razón de Estado), mientras que el gobernante nuestro cree en la mesa de negociaciones, como forma de dirimir diferencias y buscar acuerdos. Igualmente, no cabe en la concepción decimonónica y totalitaria del alemán Otto von Bismarck y su realpolitik, que consideraba que la fuerza bruta hace prevalecer al más poderoso. Todo lo contrario: Medina cree en el diálogo como forma de encontrar soluciones a los más acuciantes problemas.
Y es que Danilo Medina, como estadista, rompe los moldes tradicionales de la política vernácula, en donde el inmediatismo y la postergación son las herramientas para la toma de decisiones. El jefe del Estado se enmarca en lo sui géneris, comportando su propio estilo, el cual ya está dando grandes y positivos resultados al país.
Como águila de montaña, exhibe su perspicaz visión del avance de la nación y de la solución de nuestros males ancestrales que encuentran en el presidente respuestas convincentes.