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Fatidico final de Lorenzo
¿Qué era en realidad Geisy Lorenzo a la hora de su muerte? ¿Un boxeador enganchado a las faenas del motoconchismo o un transportista de pasajeros que  se ganaba unos pesos extras dejándose pegar puñetazos sobre un  cuadrilátero?

Lorenzo, el otrora miembro de la selección nacional de aficionados que falleció como consecuencia de golpes sufridos en pleitos sostenidos con brevísimo tiempo de diferencia, unidos a los que le causara un reciente accidente de motocicleta, tuvo una foja deportiva profesional asombrosamente negativa de 15 victorias y 34 derrotas.

Ante un peleador con semejantes resultados, que incluyen 1-17 en sus últimas presentaciones, lo menos que podían haber hecho las autoridades encargadas de velar por el buen desenvolvimiento de esa actividad deportiva en el país era cancelar la licencia que lo amparaba para ejercer el oficio.

El balance en su desempeño sobre el ring indica claramente que el nativo de San Cristóbal era utilizado por los promotores de carteleras para abultar récords de otros pugilistas jóvenes y con algún futuro dentro del ensogado.

Familiares y amigos de Lorenzo han negado la especie de que éste había aceptado combatir, sin mediar el descanso obligatorio entre una pelea y otra, por la necesidad de adquirir útiles escolares para los hijos que ha dejado en orfandad.

Lorenzo simplemente era uno más de esos tipos utilizados como conejillos de indias en los laboratorios donde se elaboran boxeadores de papel y tinta. La República Dominicana ocupa un dudoso lugar de preeminencia como auspiciador de esas patrañas tal como se denunciara hace un tiempo durante una asamblea promovida por una de las organizaciones que maneja ese deporte a nivel internacional.

El catastrófico suceso pone en evidencia el incumplimiento de las reglas que gobiernan la administración del boxeo en nuestro país, donde se hace caso omiso a las más elementales normas de protección de la integridad física de los dedicados a esa profesión.

Ante el hecho consumado hemos leído y escuchado excusas y justificaciones que, por su torpeza,responden a intentos desesperados por ocultar el descontrol reinante en un deporte que amerita fiscalización permanente por los riesgos evidentes que rodean su ejercicio.

Lorenzo no es ni el primero ni será el último peleador cuya vida sucumbe como consecuencia de golpes sufridos en un combate. Los casos abundan y han sido debidamente documentados. Sin embargo, las circunstancias que rodearon el fatídico hecho indican que esta vez, que resultó la última, Lorenzo no fue enviado al cuadrilátero sino a un paredón de fusilamiento.

El Nacional

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