Opinión

Detalles: Descarrilado

Detalles: Descarrilado

En la tradición política dominicana ganar unas elecciones presidenciales equivale a adueñarse de modo ¨legítimo¨ de todos los poderes del Estado.

Esa creencia va desde la base de la sociedad y de los partidos hasta los liderazgos medios y altos de las formaciones políticas.
Algún politólogo explicará que esos son gajes de un régimen presidencialista cuya mecánica funcional la establece la Constitución de la República.

El problema es que nuestro presidencialismo se pasa de la raya, y a pesar de la Constitución y las leyes, a nuestro Poder Ejecutivo no hay quien lo controle ni lo fiscalice. Nadie se atreve.

Basta escuchar a Euclides Gutiérrez, Pina Toribio y figuras por el estilo para confirmar cuan profunda es la convicción – en todos los partidos – de que el que gana unas elecciones es dueño del Estado.

Esa conducta tiene un sustento: nuestra fuerte cultura política caudillista, forjada en más de un siglo de patrimonialismo clientelar.

En uno de sus ensayos – Nueva España, Orfandad y Legitimidad – Octavio Paz recuerda que ¨Ortega y Gasset pensaba que la sustancia de la historia, su meollo, no son las ideas sino lo que está debajo de ellas: las creencias. Un hombre se define más por lo que cree que por lo que piensa¨.

Nuestra creencia política predominante es la del Estado como patrimonio de los ¨ganadores¨, ahora reforzado exponencialmente por el PLD. El nuevo giro de esa vieja aberración ha hecho del Estado dominicano no un gigante empresarial, pero si una sombra pesada y omnipresente que distorsiona mercados (electricidad, combustibles, agrícola, construcción de infraestructuras, etc.), socava la seguridad jurídica (control de Altas Cortes y tribunales al servicio de intereses particulares) y despilfarra miserablemente los ingresos fiscales (corrupción, clientelismo, contratas, etc.). El final es una sociedad y una economía de mercado a medias, sojuzgados por un poder político estatal descarrilado y sin control.

Por todo eso, las críticas del CONEP, aunque parezcan políticas tienen también sustrato económico valido: liberar de imposiciones y trabas a las fuerzas del mercado.

Que no significa sustituir el despotismo de Es

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