Opinión

Discurso publicitario

Discurso publicitario

Desde hace algún tiempo me he venido haciendo una pregunta: ¿Cómo evoluciona la publicidad dentro de las singularidades de una sociedad específica? Y junto a esta pregunta siempre añado una secuela de sub-interrogantes: ¿Lo hace de acuerdo a su entorno artificial concreto (cultura propia)? ¿Se establece por el bombardeo de los altoparlantes sociales? ¿Juegan el nacionalismo, el patriotismo y el sentido de angustia periférica algún papel trascendente en el discurso de su concreción?
Esa pregunta y su secuela han establecido en mí una preocupación cuyo ritmo llega a lo mortificante, más aún cuando algunos nuevos profetas de la comunicación local comienzan a trazar analogías equivocadas.

Porque si el investigador social escudriña la evolución de la publicidad dominicana y su fenomenología, comprobará que en sus cambios estructurales ha gravitado —incisivamente— lo económico, como primeridad, y y lo político como segundidad. La mezcla de ambas gravitaciones, leídas como coyunturas, ha fundado desviaciones o distorsiones que, transcurrido el momento, se fundan en una simbiosis.

Así, desde los aleteos publicitarios primarios de Miguel Peguero hijo (Ph) y Homero León Díaz (en los años 40’s), atravesando por Yépez Alvear (en los 50’s), y llegando hasta Manuel García Vásquez a comienzos de los 60’s, la información de la existencia de bienes y servicios en la plaza cubrió las necesidades específicas de un mercado dictatorial de monopolio, completamente cerrado, sin la necesidad de apelar a ningún tipo de investigación. ¿Qué se podía investigar, entonces, sobre un consumidor con determinadas marcas de productos y servicios, y con la frontera de la innovación manipulada por el régimen?
Sin embargo, a partir del 1962 —y con el asentamiento de una apertura hacia lo informativo, lo económico y lo político—, a la información comercial primaria había que anexarle un argumento y más tarde una entretención, para vencer el tedio de la frecuencia reiterada.

Salvo algunas excepciones —posiblemente presionadas por unas cantigas oportunistas que se adueñaron del merengue—, la publicidad local que siguió a la muerte de Trujillo, hasta tocar las puertas de la Revolución de Abril, no reprodujo discursos creativos ajenos a la realidad social nacional, aún con la instalación en el país de la principal agencia publicitaria puertorriqueña (la Badillo & Bergés).

Sin embargo, la realidad social concreta de la Cuba pre-revolucionaria, cuyo bombardeo a través de su radiodifusión marcaba pautas en nuestro país, sí se aposentó entre nosotros a través de algunos de sus publicitarios y sociólogos: Rivera Chacón, Salvador López, Orestes Martínez, Eduardo Palmer, Jacinto Cofiño, Jorge Piñeyro y Adolfo (Fito) Méndez, entre otros.

Así, la interrelación histórico-cultural entre Cuba y República Dominicana —hecha simbiosis por Máximo Gómez y José Martí— volvió a marcar pautas en nuestro país.

El Nacional

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