¿Qué Pasa?

El lado bueno

El lado bueno

Ya sé quién soy
Doña Lorna vivió siempre en paz con todos, era una ancianita amable, dulce, con pasos lentos pero seguros y las palabras certeras ante cada problema que se le contaba.

Recuerdo que solía sentarse en la galería de su casa, en una esquina y se quedaba horas mirando pasar la gente mientras hablaba con algunos y reía con los otros.

Colaba buen café y lo disfrutaba más después de que se vio obligada a dejar el cigarrillo y este delicioso líquido negro se volvió su consuelo. Lo mejor de todo era cuando sus hijos y nietos llegaban a su casa cada domingo y ella decidía meterse a la cocina y poner sus mágicas manos en la preparación de la comida.

Pero no crean, en medio de su dulzura se le escuchaba de vez en cuando pelear duramente con uno de sus hijos, que se habia aficionado al trago y las madrugadas en la calle.

Así era la viejita Lorna antes de que problemas del corazón la detuvieran en una silla dejándola demasiado quieta y luego quedara postrada en una cama con problemas en la columna.

Muchos la visitamos en sus últimos días. Y muchos sufrimos cuando al saludarla en su cama, ella solo miraba sin reconocer a nadie y recorría con sus ojos demasiado abiertos, cada rincón de la habitación. Por momentos pensé que había perdido la razón y nos dolió a todos que su muerte no fuera tan tranquila como lo merecía.

Verla en vida, era sin duda desear que su muerte fuera tranquila, sin sufrimientos y en paz, como una despedida para un largo viaje.

Pero la buena de Lorna se fue desgastando en aquella cama, y en sus últimos meses no sabía quién era, ni recordaba los nombre de sus hijos más queridos ni de sus nietos mimados.

Cada día sus ojos seguían en la búsqueda de algo en aquella habitación, que en sus adentros de seguro era su cárcel. Solo cerraba los ojos en las noches para dormir y retomar fuerzas para un día más de inquietud.

Una tarde, aquella viejecita, por primera vez en muchos meses cerró sus ojos durante el día y ya no los abrió más.

Pareció entonces reconocerse a sí misma, recordar sus sazones y cafés, rememorar sus días junto a su familia y morir en paz.
En su lecho de muerte, sus vecinos comentábamos que se veía con una gran paz, demasiada paz. La misma que merecía en su viaje final.

El Nacional

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