Por estos días se ha propuesto levantar un muro en la frontera con Haití, con la excusa de proteger la soberanía pensando que muchos ciudadanos haitianos entrarán de forma illegal para beneficiarse del Plan de Regularización. Distanciado de la realidad por decir lo menos.
Sobran ejemplos de que iniciativas de este tipo han fracasado, dejando un sabor amargo por una acción discriminatoria, innecesaria y que a largo plazo, trae la condena de la comunidad internacional, y peor aún, la condena de la historia. No por nada al Muro de Berlín le llamaron también el de la vergüenza. Construido en 1961, dividió a la sociedad alemana y el mundo, por 28 años, hasta su caída en 1989, separando el control del país de la denominada República Federal Alemana de la República Democrática Alemana, símbolo de la polarización, de que sin ser capaces de lidiar con diferencias y encontrar soluciones humanas, buscaron el camino de la división, el odio y el rencor.
De vuelta en la República Dominicana, intereses xenófobos y racistas disfrazados de defensa a la soberanía, claman por construir un muro que no solo sería un retroceso para la historia y el respeto entre pueblos, sino también el reconocimiento de que hemos sido incapaces de ser firmes y transparentes en las políticas migratorias, y humanos y empáticos con un pueblo que nos necesita tanto como nosotros a ellos. Eso es lo que ha faltado: una política de Estado coherente hacia Haití.
Haití es nuestro primer socio comercial. Su desarrollo es nuestro. Levantar un muro de concreto cargado de resentimiento es abrir una herida que debemos cerrar todos juntos, de la mano, respetando nuestras leyes y culturas, conviviendo en medio de la diversidad propia de la historia, pero convencidos de que juntos sacamos adelante a esta isla maravillosa cuyo destino quiso que compartiéramos.
No al muro, sí a la tolerancia.