Opinión

El producto de la ira

El producto de la ira

El odio, como medio de locomoción del pensamiento, se mueve, se traslada, habita en corazones y mentes enfermizas como una hoguera, circunferencia o circuito instantáneo y su especial periplo, queriendo matar y denostar a su modo.

Nadie ha podido medir la intensidad del odio, las circunscripciones que rodea, periferia, ambages; también se caracteriza a veces con fiereza termométrica, cerca y lejos y otras restringidas, de acuerdo a circunstancias, coyuntura, coincidencia, demarcación y oportunidad. ¿Cuál será la dimensión del odio?
El odio enferma y maldice y su furia termoeléctrica ruboriza la mente, el cuerpo, el sentimiento sin conocer la paz del espíritu y el alma, convertido en el heridor de su propio sistema orgánico, ojos, nariz, boca, se inflan como una vejiga soñolienta y a veces disminuyen paulatinamente, carcomiendo los sentidos, cual boa despreciable.

Los que practican el odio y la tirantez son olvidados, injustos, sacudidos por la ira y el encono, marchitan y respetan a muchos y se piensan galantes, convertidos en renacuajos, no miran ni meditan hacia su interior, a su ego, el pasado convertido en presente a veces.

La caricatura del odio, pocos pintores han sabido estructurarla en su vertical realidad existencialista, porque tiene colores diversos y es un anacronismo que nace en antigüedad, estando presente en mentes diversas, pues de cada cinco personas, dos son adictas y viven odiando, maldiciéndose a sí mismas, cualquier sátira pordiosera. No odies, pregunta primero, reclama y no escuches una sola campana.

Cada quien tiene su mundo y hay que despertar a tiempo, pues los ojos no le sirven de nada a un ciego. Epíteto refiere: “El hombre es un alma pequeña que lleva a cuestas un cadáver”.

Samuel Bultén dijo: “Los mismos perros que riñen por un hueso, cuando no lo tienen juegan juntos. ¿Y qué podemos escoger entonces, entre el mal que me hace bien o el bien que nos hace mal?, señalaba Octavio Picón. Aristóteles decías: “No se siente tanto la ofensa del enemigo, como la del amigo recibe”.

El odio, la tirantez y la envidia: “Ved que terrible alianza”, refería Antonio G. Gutiérrez. Víctor Hugo precisaba que cuanto más pequeño es el corazón más odio alberga. La vida es una larga lección de humildad, el orgullo divide a los hombres, la humildad los une, postulaba Lacordaire.

¡Ay, Ay!, yo no quiero llevar en mí mismo los rigores del mea culpa. No odies, pues te maldices y destruyes a tu corazón y a ti. No aceleremos los carros, yipetas, motores, ni las voladoras, es mejor saber frenar a tiempo, prever es evitar.

El embustero no es creíble ni cuando dice la verdad, quienes viven odiando sustentan la cizaña y el divisionismo. Leer y asimilar los diez mandamientos y las siete palabras pronunciadas en el calvario por Jesús, condenado a muerte por salvar del pecado los cimientos de la humanidad.

El Nacional

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