Opinión

El que perdió, perdió

El que perdió, perdió

Cuando se respetan las reglas del juego, cuando cada quien en su ámbito actúa con  respeto al ordenamiento jurídico, cuando priman la honestidad y la honorabilidad, cuando se impone la justicia sobre la iniquidad, cuando  cada uno asume su rol con dignidad y altura, cuando la ley se impone sobre el poder,  cuando todos somos iguales ante la ley, entonces y solo entonces, el que ganó ganó y el que perdió perdió.

¿Se dieron las anteriores premisas en la contienda electoral recién finalizada? Si así fue, no hay nada más que hablar. De lo contrario, queda mucho por hablar y por hacer.

El que ganó usando artimañas contrarias a la ley o “eludiendo disposiciones legales en perjuicio del Estado o terceros o burlando los derechos de una persona o una colectividad”, no merece llamarse ganador si no tramposo.

Quien perdió por incapacidad, por ingenuidad, por errores estratégicos, por canibalismo interno, por egos y ambiciones, envidias y mediocridades, por falta de previsión  y preparación ante los “imponderables”, tendrá derecho al reclamo pero sabiéndose responsable de sus errores, debilidades y también responsable de los eventuales resultados.

Quien gana por medio de la injuria, la falsedad y el engaño, siente el sabor amargo de una victoria no merecida. Quien pierde porque permitió que le burlaran sus derechos y prerrogativas, siente el sabor amargo de una derrota no merecida y la rabia interna de no haber sido capaz de arrebatar los  derechos conculcados.

Una parte del pueblo cumplió con su deber, votó,  la otra parte dejó las urnas esperando sus votos, como una manifestación silente de   rechazo angustiante.

La puesta en escena de la obra fue impecable. Las actuaciones fueron penosas.

Si para la próxima obra no cambian los actores y se reformula el guión, la asistencia de publico seguramente será otro fracaso… y esto seria terriblemente peligroso.

El Nacional

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