Opinión

Escritos apresurados

Escritos apresurados

El condiscípulo ambicioso
Compartimos cursos de la educación primaria en los años finales de la década del cuarenta.
De piel blanca, abundante cabellera, y ojos donde se había posado el color amarillo,, ambos andábamos por años de la adolescencia.

Recuerdo la conversación que sostuvimos, cuando el profesor de una asignatura no asistió a impartir clase, afectado por una febril afección gripal.

-Verás que llegaré lejos, porque tengo grandes aspiraciones, y eso es lo que determina que uno triunfe en la vida- dijo, mientras se erguía con una estatura que ya se vislumbraba elevada.

-Qué bueno que albergues esos sueños de grandeza, y ojalá que los veas realizados, porque a veces las circunstancias no ayudan a la gente a ver materializados sus deseos.

Ante mis palabras reaccionó con un resoplido que brotó de sus labios, y que acompañó abanicando el aire con su mano derecha, antes de responder.
-Como soy un tipo observador- aseguró, impresa en el rostro una sonrisa burlona- he comprobado que eres un muchacho humilde, modesto, y eso no lleva a ninguna parte. Pídele a dios que te ayude a cambiar esa vaina, para que sigamos la amistad cuando yo esté viviendo bien, con carro grande, casa propia, y esposa de familia adinerada, con prestigio social

En esos años pocas familias poseían vehículo, y menor aun era el número de aquellas cuyos automóviles se conocían en el habla popular como “ de pescuezos largos”.

-Quiera dios que cuando eso ocurra, no te vuelvas uno de esos fantochones que menosprecian a los pobres, porque como es probable que por una humildad que estoy seguro mantendré, puede ser que para esos años no sea un hombre exitoso, de acuerdo a tu teoría.

La respuesta se produjo en parte condicionada porque la mayoría de la gente coincide, desde tiempo inmemorial con la teoría mundanal sustentada entonces por mi condiscípulo.
En años del bachillerato no volví a ver a verlo y supe que su familia se había mudado a una provincia de la región del Cibao.

Hará un buen tiempo recibí una sorpresiva llamada telefónica del hombre que se encampanaba alto en sus aspiraciones burguesas.

-Mario Emilio- dijo con voz apagada- no he tenido la suerte tuya. Vivo de una pensioncita de empleado público menor con largo ejercicio; una ex esposa me botó acusándome de fracasado, aunque ella no pasó de secretaria. Has tenido suerte, porque hiciste un nombre en el periodismo y la literatura, y te casaste con una mujer de renombre. Ahora creo firmemente que en la vida todo es cuestión de suerte.

Por eso te programaste para chiquito y triunfaste, mientras yo aspiré a grande, pero no crecí.
Me apenaron sus palabras, por lo que no intenté alargar un diálogo que continuó con temas triviales.

El Nacional

La Voz de Todos