Opinión

ESTO PIENSO, ESTO CREO

ESTO PIENSO, ESTO CREO

Nebulosas, confusiones; léxicos grandilocuentes

Que trastornan el comportamiento moral.

En determinadas situaciones, mis creencias e intereses, quizás utópicos, se dan con un confuso enfrentamiento, donde al inicio se dificulta en ocasiones distinguir los colores, la virtud del pecado y la verdad de la mentira. Aunque lo que sí es cierto, es lo manifestado por Buda, de que: “Uno mismo se purifica; pureza y corrupción existen por uno mismo, nadie puede purificar al otro”.

 Es esta, una de tantas razones por las cuales todas las personas tienen comportamientos, mentes y metas diferentes. Algunos se sienten bien entre la multitud, aunque estén solos y nadie los conozca, con la única satisfacción de poder decir que estuvieron rodeados de equis cantidad de personas. Claro, sin dejar especificar que todos eran desconocidos. Mientras otros, aún estando solos, se complacen en la soledad de la naturaleza o con la compañía de un perro fiel.

 O tratando quizás, de hacer como Píndaro, uno de los poetas griegos más famosos, del cual, entre datos creíbles y leyendas, se decía que siendo niño, las abejas bañaban sus labios en miel mientras soñaba. O quizás, como aquellos cantores romanos que, en sus cánticos, creaban un nuevo estilo para cada situación. Podríamos decir, para vivir mejor y adaptarnos a las cosas inevitables. O quizás, sólo navegar entre las odas más sublimes de Píndaro, en su estilo grave y solemne y el gaucho que con sus versos apenas  ambicionaba robarle inspiración a la tristeza.

 Y digo que quizás. Y no me refiero precisamente a esas utopías, soledades aburridas o amarguras por frustraciones, sino más bien, vivir “sin pretender que otro viva la experiencia o que viva lo que tú has vivido, ni que llegue a las conclusiones a que tú has llegado”. Más bien, decir como esa poetisa antigua llamada Corina de Tanagra, quien aconsejó “sembrar a manos llenas, no a sacos llenos”. A eso específicamente me refiero.

 Cada día es como si le exigiéramos más al hombre carcomido por la cangrena. Ese mal que mata sin que la persona muchas veces la sienta y muy por el contrario, la goce y disfrute. O al menos eso crea, y que lleva por nombre el engaño y la falsía en el obrar, en su comportamiento, en su accionar.

 El verbo grandilocuente que crea turbidez en el razonamiento ético, enloquece a la mayoría. Son momentos estos que nos llevan a recordar a Confucio, cuando expresó que “la prisa y la ambición enloquecen el corazón”. Pero, “c´est la vie”, es lo corriente, normal, es la moda, eso nos han enseñado y cada día tratamos de perfeccionar aún más éste sentir sin sentido. Héroes fabricados de arcilla sin tratar, que en poco tiempo vuelven a ser lo que siempre han sido, polvo y suciedad, mugre y fetidez, aunque insisten en aparentar otra cosa.

 Son los mismos cuya existencia está sustentada en lo absurdo. Construyen y hacen sus vidas como castillos hechos sobre colinas de nubes y su vida es un   discurrir entre inseguridades e inestabilidades, que más tarde o más temprano lo estrellan en el más profundo de los abismos morales, arrastrando consigo toda una gama de personas inocentes que en muchas ocasiones reciben el nombre de tontos útiles.

 Aunque no comparto de pleno con aquellos que consideran que todo está hecho o dicho, lo cierto es que tenemos que recurrir a los grandes pensadores, dirigentes y virtuosos que al través del tiempo nos han dejado su legado de enseñanza, válido para toda la vida.

 Por lo menos decir esa  verdad de acuño, autoría de José Ingenieros, de que: “Todos necesitamos algo de los demás, y no es poco: el respeto. Debemos conquistarlo con la inflexible virtud de nuestra conducta. No es respetable el que obra contra el sentir de la propia conciencia. Todos respetan al que sabe jugar su destino sobre la carta única de su dignidad”.

 ¡Ay caramba! Dignidad, palabra cuyo significado es muy parecido a Democracia, entiéndase, que cada quien la interpreta como mejor le convenga y en el momento que le convenga. Por eso, muchos se sienten mal cuando se habla de estos temas, porque según dicen, hasta de su propio mal olor uno se acostumbra y quizás por todo lo anterior, es que insistimos en darle por la cabeza a los que quieren vivir de diseñadores en diseñadores e importando cuantas vainas establezcan en otros países, sin importar que sea nórdicos y nosotros tropicales. Qué más da, muchos sustantivos y de el verbo, bien,  gracias.

 Al parecer sólo nos resta aspirar la vuelta de las cosas sencillas. Caer seducidos por la sublimidad de un poema o la  silueta encantadora de una morena y el eterno renacer de la esperanza por el retorno de lo bello y apacible, borrando la desesperanza por lo que debió haber sido y no fue, por lo que ha de ser y aún no es y por lo que inevitablemente, más tarde o temprano tendrá que ser. ¡Si señor!

El Nacional

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