Opinión

Fidel

Fidel

Conocí a Fidel en 1992, cuando me toco leer el veredicto del jurado del Premio Casa de las Américas. El encuentro fue un desastre, porque frente a Fidel no pude evitar el llanto por “todos los muertos de mi felicidad”, y porque presenciaba algo inédito: el esfuerzo de Fidelio Despradel, por transmitirle al Comandante todo lo que Manolo Tavares Justo quería decirle, renunciando a la práctica del hombre pequeño de querer impresionarle.

Cuando murió, Manolo, tenía en el bolsillo el telegrama que había recibido con la invitación a la Isla fascinante, vía Argelia, para conversar con Fidel sobre su lucha por una nación independiente y justa.

Desde ese memorable 1992 hasta la fecha, seguí escuchando a ese Avatar de la humanidad, cuya estatura logró saltar los muros de una cotidianidad aparentemente mortificada por la ausencia de “papel sanitario y yogur” que tanto denunciara Padura, y los afanes de la población de a pie, muy ocupada con sobrevivir para a veces celebrar, la dimensión universal de uno de los suyos.

Entendí esa dimensión cuando en África, o Brasil debía añadir como coletilla a mi nacionalidad el estar “al lado de Cuba”, “pero de Cuba”, “next to Cuba”, “prochain Cuba”, porque Cuba y Fidel habían colocado al Caribe en el mapa, a mi país en la geografía mundial.

Y no era para menos. Si haber organizado y dirigido la Revolución Cubana en lo que era el casino y prostíbulo de Norteamérica, apenas a noventa kilómetros de los Estados Unidos, había sido una proeza; lo que Cuba hizo en África trascendió lo imaginable: derrotar al Apartheid, ese horroroso sistema con que las tan celebradas monarquías (cuyo reinado reseñamos como si nos representara, desde lo que visten y comen hasta sus bodas y partos), construyeron su bienestar a costa de la sangre cotidiana de millones de africanos.

Trescientos mil cubanos, bajo la preclara dirección del Comandante, combatieron para que Nelson Mandela llegara a ser el icono de la humanidad que alguna vez intentaron contraponer a Fidel, solo para que Mandela repitiera una y otras vez que Fidel fue el único líder capaz de arriesgarlo todo para que Suráfrica reivindicara en su victoria a todos los masacrados, descuartizados y luego quemados Patricio Lumumbas.

Exactamente en el 60 aniversario del arribo del Gramma a las playas de Cuba, regresó Fidel a sus orígenes.
Nadie se acuerda ya, ni se acordará, desde Trujillo, Duvalier, Stroessner, Nixon, hasta Pinochet y Videla, o el infame que puso una bomba en el avión de Cubana, de quienes lo combatieron argumentando “la libertad de la Democracia”.

Porque la luz tiene la cualidad de evidenciar las cucarachas, mientras prosigue –impasible- su tarea de alumbrar el camino, de alumbrarnos.

El Nacional

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