Opinión

Gratitud al maestro

Gratitud al maestro

Como especie de rictus luctuoso, desde niño he dado seguimiento a los funerales. Rechazo aquellos en los cuales no se producen manifestaciones de dolor. No gritos histéricos, ni llantos incontrolables, sino esas expresiones en las que uno, aun sin grandes vínculos con la persona fallecida, siente conmoción ante la actitud de pena honda de sus deudos.

Me desgarran casos que, conociendo a quien ha partido, sabiendo que era merecedor de recuerdo respetuoso y digno, se le despide como agradeciendo a la vida la llegada del final. Por eso me sentí satisfecho con las honras fúnebres dispensadas a Don Radhamés Gómez Pepín.

Lo afirmo por conocerlo como lo conocía, y por la justísima despedida que se le rindió. Nada por debajo de los niveles de su merecimiento, como podemos corroborar quienes tuvimos el privilegio de tratarlo.

Por eso, me siento muy bien con su familia y con la sociedad dominicana, quienes supieron decirle adiós con el honor debido, a quien fue un gran pilar de su íntimo núcleo y de la consolidación inconclusa de nuestra democracia.

Lo más importante es que nadie intentó idealizar al personaje. Habría sido un gravísimo error, ya que no hay ninguna necesidad de no exponerlo en todas sus dimensiones, porque ninguna lo estigmatiza.

Al contrario, al resaltarlo en su integralidad como ser humano, con su carne y sus huesos, se rinde homenaje a quien es capaz de trascender obstáculos y a quien opta, como debe ser, por la exposición sin tapujos de sus ideas, ante la simulación hipócrita de falsedades. Con este difunto honorable se conocía el terreno que se pisaba, porque en su radiografía vital no cabía el cinismo ni el encubrimiento oportunista de criterios.

Me emocionaba lo que escuchaba decir de él, más que por cualquier otra cosa, porque cada una de ellas las podía constatar desde mi propia experiencia.

¿Qué era abierto a nuevas propuestas de opiniones para el periódico?, publicó mi primera colaboración sin conocerme. ¿Qué era amigo leal de sus amigos?, me protegió ante un difícil conflicto que tuve con un funcionario con poder. ¿Qué era directo, franco y ríspido en su comunicación?, me reprendió cuando alguien quiso acelerar una publicación mía y lo gestionó a mis espaldas con un alto ejecutivo del Grupo. Después de eso vino la columna fija, mostrándome su grandeza. Decir “gracias Maestro”, es un sentido homenaje que desde este espacio deseo tributar a su ilustre memoria.

Sudelka Garcia

Periodista de El Nacional Digital