Opinión

Hijo del bolero

Hijo del bolero

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Lo confieso: soy hijo del bolero y es por eso —nadie lo dude— que arrastro un bagaje de lamentos donde el bongó y las maracas resuenan como artilugios, como pinzadas de sonoridad cósmica, como luz renaciendo clara desde lo más profundo del bosque en compás de 4X4. No puedo negarlo, junto al recodo del amanecer acuden como fantasmas los recuerdos de las noches, en donde unía mi cuerpo a las doncellas del amanecer, danzando suavemente sobre un único y esplendoroso mosaico.

No, no puedo negarlo, constantemente acuden a mi mente las ventanas abiertas a la espera de ver asomar el rostro amado, junto a trinos, congojas y destellos. Sí, soy un hijo desamparado, hambriento y expectante del bolero, del bolero mimoso e insomne, del bolero convertido en esencias, del bolero que renueva los suspiros, aturde la razón y la evoca; del bolero como voz iracunda que bendice el ciclón pasionario y doblega la ingratitud del desamor; del bolero nacido en 1840 de la mano de José (Pepe) Sánchez, en Santiago de Cuba, que es la patria chica de los ritmos que penetran los sentidos; del bolero que, como el mismo tango, surge de las tristezas y sus misterios.

Mientras se difuminó por el Caribe y el mundo como suelen esparcirse las señales luminosas del perdón, el bolero parió otros ritmos de cuyos nombres prefiero no escribir ahora, porque como hijo que soy de sus efluvios, es a él —y sólo a él— a quien deseo expresarle mis gracias.

Sí, desde aquella composición tristezas, de Sánchez, cuyo nombre se enlaza —como una coincidencia— al primer tango que cantó Carlos Gardel, Mi noche triste, en 1917, compuesto por Samuel Castriota y letras de Pascual Contursi., el bolero no ha dejado de señalar las especificidades sentimentales que arrebatan, sublimizan y envuelven a los enamorados.

Ayer mismo, mientras meditaba en las promesas incumplidas de nuestros políticos, mis pensamientos volaron alucinados hasta unas melódicas campanillas brotadas como cuerdas de guitarras.

Entonces escuché a Los Panchos y para qué negarlo, sobrevino la catarsis, una cascada de oro, plata y mirra, un acento de ribetes góticos con la osadía de llorar, de pensar y alucinarme en la trampa del recuerdo, ese recuerdo que narra nuestra historia y redime la esperanza.

Y al escuchar a Los Panchos, emergió de mis adentros una cadena de brillantes intérpretes del bolero y escuché las voces de Eduardo Brito, Daniel Santos, Juan Arvizu, Pedro Vargas, Felipe Pirela, Tito Rodríguez, Benny Moré, Eva Garza, Toña la Negra, Javier Solís, María Luisa Landín, Armando Manzanero, Lucho Gatica, Fernando Albuerne, Nicolás Casimiro, Francis Santana, Lope Balaguer, Bienvenido Granda, Marco Antonio Muñiz, José José… y a tantos otros.

El Nacional

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