Tras haber padecido un tremendo calor mucho antes de tiempo, concretamente desde el mes de mayo, se han desencadenado una serie de tormentas de lluvia y, en algunos sectores de granizo, en la capital de España.
Según lo que se puede ver en las noticias, tanto televisivas como en las de los diarios, parece ser que este fenómeno ha ocurrido también en otros lugares de la Península Ibérica.
En Semana Santa, para el deleite de lo que se fueron de vacaciones a algún lugar de playa, incluso en el norte cuyo clima suele ser más fresco (incluso hasta frío, se podría decir), las personas que que habían elegido esas zonas huyendo del sofocante calor, no lo consiguieron.
Y, las que otros años habían sufrido decepciones por no poder disfrutar de un baño de mar, este año han podido hacerlo a sus anchas.
Muchas declararon que, para ser esa época, la canícula estaba siendo insoportable y sorprendente al mismo tiempo.
El día en el que escribo estas líneas, 8 de julio, amaneció soleado.
Tuve que salir a realizar algunas compras y me calcé unas sandalias.
¡Gracias a que soy una persona previsora y suelo llevar en mi bolso un paraguas plegable!
Pocos minutos después de haber salido de casa el cielo se tornó de un color gris plomizo amenazante. Y enseguida empezó a llover a mares.
Las calles parecían riachuelos que, obviamente, mojaron mis pies descalzos.
Mi primera intención era dirigirme a cuatro establecimientos distintos y bastante cercanos los unos a los otros. Pero no tuve más remedio que conformarme con dos, aprovechando en primer lugar el sol y a posteriori el cese del furor de la torrencial lluvia.
En fin, y abreviando, es la primera vez que he visto, desde que vine a vivir a España, en el curso 1959-60, que en este mes de julio cayese tanta agua.
¿Cambio climático?..
