El béisbol me encanta, y estoy convencido de que mi pasión por ese deporte, es genética. Mi abuelo materno fue jugador amateur, y al mayor de mis hermanos poco le faltó para hacerlo a nivel profesional. Además, mi madre es una fanática furibunda de los Leones del Escogido y mi padre fue, durante más de una década, locutor comercial de Los Tigres del Licey.

Jugué hasta hace poco con aspiraciones de llegar al profesionalismo. Pero el destino me jugó sucio, acaso porque así tenía que ser, pues aquí me tienen dándole riendas a esta vocación que yacía dormida, y ahora la disfruto igual. En el tiempo que tengo siguiendo el béisbol, he visto grandes estrellas en el plato; sin embargo, hablar de Larry Wayne Chipper Jones Jr., pienso que es referirse a algo excepcional.

No sé de ningún atleta que haya concitado tanta simpatía en su peregrinar por los estadios, como aún despierta Larry Wayne. Y, no es para menos. Los vítores y el respeto los ha ganado con creces y en buena lid; como todo un caballero dentro y fuera del terreno. Es importante destacar que cuando Chipper Jr. logró ser una superestrella, los deportes estaban de capa caída por el uso masivo de los esteroides.

Sin embargo, al antesalista de los Bravos de Atlanta, jamás se le cuestionó su conducta ejemplar. ¡Y pensar que, a pesar de su estirpe, llegó a ser menospreciado! Pero él, con la confianza que le proporcionó la disciplina y la entrega total a la causa de su equipo, hoy, en un gesto que enaltece su integridad, rechaza una oferta tentadora al tiempo que envía un mensaje de dignidad que, sin quizás, muchos en la Gran Carpa, debieran recibir.

Frente a su intransigente retiro, no se me ocurre algo más justo que parodiar la exclamación que al césar le hacían los soldados romanos, cuando partían para la guerra: ¡Salve Larry Wayne Chipper Jones Jr., los que nunca te olvidaremos, nos inclinamos reverentes desde ya, ante tu irrepetible figura!