Opinión

Iremos a Verona

Iremos a Verona

Imposible viajar a Italia y no ir a Verona. E imposible ir a Verona y no decepcionarse. Lo que vi frente a la casa de Julieta, fue a millares de turistas nórdicos escribiendo grafitis de amor en las paredes, y tocándole el seno a la escultura de Julieta, lo cual supuestamente te da suerte en el amor. Una vulgarización de la historia. Lo que si fue hermoso, y hay una película sobre ello, fue descubrir que existe una sociedad cuya función es contestar las cartas de amor, consultando sobre esta enfermedad, que la juventud le escribe a la pareja.

Por eso fui a ver el musical “Iremos a Verona” con aprensión. Primero, porque aquí no hay una tradición de musicales, a menos que sean los refritos que se presentan, donde al argumento no se le quita ni una coma; y los pocos que he visto han bordeado el desastre. Recuerdo en particular uno donde estaba el presidente de la República. La vergüenza ajena que pasé no tiene madre. Y, como me es difícil desintoxicarme emocional y mentalmente, prefiero no asistir a eventos que posiblemente me enfermen.

A este montaje, Iremos a Verona, tenía que asistir, porque se trataba de Ruth Emeterio, una de las mejores actrices del país, y además gran amiga, quien recientemente hizo el papel de Andrea Evangelina en mi última obra, y ahora se prepara para presentarla en Paris junto con Oleka Fernández, en una edición bilingüe que creo será un gran desafío para todas.

Debo decir que Pamela Herdiz es espléndida en su papel de turista francesa. Todo en ella es convincente, su acento, sus movimientos, el vestuario. Que Joel Rosario jugó el papel más difícil, pues es casi imposible que la presencia de un juglar en escena no interfiera con la acción y obstaculice el flujo, la dinámica que se desarrolla en escena. En este caso este joven, excelente músico por demás, se maneja con un finísimo sentido del humor y con una propiedad extraordinaria.

Y está Samuel Esteban, quien es barítono y Summa Cum Laude en la Escuela de Artes, y sobre quien recayó el papel más difícil ya que debía de convencernos, con las canciones de Charles Aznavour, a quien se le rendía homenaje, de toda la trama. Y lo logró, haciéndonos reir a veces, con sus estereotipos de hombre apasionado.

En esta obra Ruth se inaugura como directora y lo hace de manera extraordinaria. Buena selección del vestuario, una escenografía muy funcional y un excelente manejo de las actuaciones. Solo falta que el final sea menos dramático, y cantado, como corresponde, pues no es culpa de este Romeo ni de Julieta lo que descubren al final.

El Nacional

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