Opinión

Islario

Islario

Pienso que la lucha por un futuro promisorio para el país es una batalla que, echada en conjunto, sería ganada y celebrada por todos. Estoy convencido de que todos los obstáculos del presente serían salvados si anteponemos la voluntad y la fe en lo que puede nuestra esencia, inspirada en la necesidad de crecer y convertirnos cada vez en seres humanos mejores.

Me parece que cada uno de los propósitos albergados en nuestro interior, habrán de encontrar auténtico cauce, si acaso,  lo sabemos incubar en la acción sin desmayo y la activación del carácter como sendero de un destino  promisorio. 

Declaro sin ambages que creo en mi país y que confío como nadie en su porvenir. Estoy de pie, dispuesto a prestar mis sueños y las modestas fuerzas de las que dispone mi espíritu. Es hora de enfrentar los malos augurios y de ponerle la tapa al pomo que ya colman las consabidas e históricas deslealtades, así como las pretendidas y gratuitas desavenencias; esos virus que corroen las aspiraciones de redención colectiva, vueltas muecas de lo espurio que presuponen el corpus vital de nuestro actual desquiciamiento moral, o el eje medular de nuestro insufrible menoscabo ético, que ha tomado el tema del presente dominicano, como argumento para justificar la inacción, o pretexto idóneo para la permanente conjura.

Me hastían los críticos de toda laya que no predican con el ejemplo del intento y el sacrificio propios.

Me asquean los que piensan a la patria sólo como una imagen más del zoo mundial inhábil, presto al morbo lúdico de las encabalgaduras; ya demagógicas, cuando no, crónica episódica de dudosa trascendencia y absurda motivación para la celebración de efemérides.

Los dominicanos debemos retomar el rumbo de la dignidad y el apresto de la hidalguía cívica que ha de caracterizar el decoro. Jamás retroceder a la barbarie de no sabernos.

De contemplar nuestro presente y pasado sólo como cita o cifra de la Historia o las estadísticas; maleables por el desencanto de “los intereses creados”, y envilecidas por el descaro de la manipulación.

Urge pensar el país. Retrotraerlo en el tiempo y sus circunstancias para redefinir su realidad en nuestra memoria. Esto es, “mimar”, “equilibrar”, “aquilatar”, el sentido verdadero de nuestra identidad. Recobrar y volver a proyectar los símbolos que nos han servido como paradigma desde la fundación de la República, para luego estructurar y redimensionar el sino de nuestro orgullo primero, alejados del grave escenario en que ahora vemos debatirse y mitigarse el valor del futuro y el sentido de nuestro corazón.

El Nacional

La Voz de Todos