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Jesús Entre cánticos y misterios

Jesús  Entre cánticos y misterios

Desde su nacimiento, la vida de Jesús estuvo rodeada de misterios. Es decir, que hechos y situaciones no explicables a partir de las leyes de la física han estado muy presentes en su discurrir como ente humano, sujeto de necesidades, temores, dolores y actitudes muy propios de su naturaleza.

Meses antes de que naciera Jesús, vino al mundo Juan el Bautista, hijo de Isabel y Zacarías, una pareja vinculada familiarmente con Jesús y que está envuelta en algunos de los hechos excepcionales relacionados con su nacimiento y después con su misión divina.

Mientras el nacimiento de Jesús le fue anunciado a su madre, una virgen, por un ángel del Señor, el de Juan le fue comunicado, por el mismo emisario, a Zacarías, su padre, quien al igual que su mujer Isabel ya no esperaba tener hijos por razones de edad. Por aducir ese razonamiento, quedó mudo tras recibir la visita del ángel.

La mudez fue superada cuando nació su hijo y entonces pudo entonar uno de los tres cánticos que señala el evangelista Lucas relacionados con el nacimiento de Jesús. De este poema cito la parte en la que alude directamente al recién nacido:

 

“Y tú niño, serás llamado profeta del Altísimo,

pues tú irás delante del Señor

para preparar sus caminos,

para dar a conocer la salvación a su pueblo,

con la remisión de sus pecados

por las entrañas misericordiosas de nuestro Dios,

en las que nos visitará el (astro) que

surge de lo alto,

para iluminar a los que están sentados

en tinieblas y sombras de muerte,

para enderezar nuestros pies por el camino de la paz. (Lucas 1,76-80)

El padre de Juan profetiza que su hijo será el precursor de Jesús. Luego, lo exclamará el propio profeta: “Yo os bautizo en agua, pero llegando está otro más fuerte que yo a quien no soy digno de soltarle las correas de las sandalias”.

Antes de esto, María, la madre de Jesús, visitó a Isabel, la madre del Bautista, que era su pariente. Y ahí ocurre otro hecho prodigioso.

Cuando María la saluda, Isabel siente que la criatura que lleva en el vientre exulta de júbilo. Y otro detalle, la madre de Jesús recita un poema que nadie había escrito. Se trata de un texto de considerable hondura teológica – y hasta política- cuya composición tendría precedentes en los Salmos de David y en el Canto de Ana, incluido en el libro de I Samuel.

Ese texto es conocido como el Magnificat, por su primera palabra, en latín (engrandece). He aquí un fragmento:

“Engrandece mi alma al Señor

y exulta de júbilo mi espíritu en

Dios, mi Salvador, porque ha mirado

la humildad de su sierva;

por eso todas las generaciones me

llamarán bienaventurada…”

 

Nacido Jesús fue llevado a Jerusalén para ser presentado en el templo, de acuerdo al código de Moisés. “Todo varón primogénito sea consagrado al Señor”. Aquí es cuando ocurre el cántico de Simeón, un varón justo, quien había recibido del mismo Dios la promesa de no morir sin que viera nacer al Mesías. Su canto fue el siguiente:

 

“Ahora, Señor, puedes ya dejar ir a tu siervo

en paz, según tu palabra;

porque han visto mis ojos tu salud,

la que has preparado ante las faz de

todos los pueblos;

luz para iluminación de las gentes y gloria de tu pueblo Israel”.

El cántico de Simeón fue motivo de alegría, pero lo que el sacerdote dijo a la madre acerca del niño Jesús debió ser motivo de preocupación: “Puesto está para caída y levantamiento de muchos en Israel y para signo de contradicción; y una espada atravesará tu alma para que se descubran los pensamientos de muchos corazones”. (Lc. 2,34-37)

La profecía de Simeón ha sido cumplida suficientemente. Jesús fue motivo de perturbación para muchos, sobre todo para los poderosos y para quienes tenían invadido su país.

Sobre su madre, la predicción encontró completo cumplimiento, pues sufrió en su carne muchas angustias y dolores. Algunos misterios de la muerte de Jesús están explicados –vaya paradoja- con otros misterios del nacimiento.

La Navidad, fiesta que recuerda el nacimiento de Jesús, es motivo de alegría.

El Nacional

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