Opinión

Juan versus Adriano

Juan versus Adriano

Juan Villar es un hombre menudo. Pequeño, flaco, enérgico. Pasaría desapercibido como un dominicano popular mas, tanto aquí como allá, en la República Independiente de Washington Heights.

Juan es un prototipo de dominicano enemigo del allante, la parafernalia, los asiéntenles que le carguen el maletín, o los guardaespaldas. Su vida ha sido un ejemplo incesante de trabajo sostenido. Se graduó con honores del Colegio Eugenio María de Hostos y posteriormente de City College, con una licenciatura Cum Laude en Literatura española. Luego, cursó una maestría completa en Psicología, en NYU, administración escolar, Historia y español.

Hombre de izquierda, conoció las persecusiones del Balaguerato, estuvo preso y tuvo que mantenerse en la clandestinidad para que no lo asesinaran en los gloriosos doce años.

Ha trabajado 24 años en el Departamento de Educación de Nueva York y a sus incesantes esfuerzos se debe haber logrado la construcción por la ciudad del Liceo Gregorio Luperón, el cual dirige como un padre para millares de jovencitos y jovencitas que encuentran en la escuela no solo la razón de su identidad sino de su futuro.

Poco amigo del bulto, Juan Villar es la antítesis de lo que en Norteamérica relacionan con el liderazgo dominicano tradicional: mucha testosterona, mucha declaración altisonante, mucho comportamiento de capo menor de mafia, todo lo que asociamos con lo peor del liderazgo dominicano aquí y allá. Prototipo de líder que acaba de ser derrotado en las elecciones para el Senado Norteamericano donde perdió la faja Adriano Espaillat.

Quizás ahora surja una generación de líderes cuyo carisma dependa del trabajo directo y sostenido de cada día con la gente, líderes que no se vendan a intereses particulares, como los de los caseros, líderes para quienes el bienestar de su familia y el propio, no sean la motivación principal. Lideres para quienes, como dice Juan, la motivación principal es:

“Representar los integrantes de mi generacion, que mantienen elevados sentimientos de servicio a la patria, resistiendo la tentación de los antivalores de la corrupción y el egoísmo”.

Juan ha añadido ahora, a sus múltiples meritos, un libro de excelentes cuentos que se llama Entre Febrero y el Olvido. Cuentos de impecable factura que hablan de su determinación de hacer bien todo lo que asume, porque en ello le va no solo su integridad personal, sino su orgullo de representar una dominicanidad que a fuerza de su tenaz laboriosidad y humildad, habrá de imponerse sobre el locuaz e inaguantable alarde de una hueca e insincera intelectualidad, ávida de aceptación por estratos sociales a los que no les importa si se hunden las islas de Santo Domingo y Manhattan.

El Nacional

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