Licelot Marte, de las filas del balaguerismo rancio, es la nueva presidenta de la Cámara de Cuentas, y es también la vieja presidenta de la Cámara de Cuentas. Leonel Fernández la colocó en esa posición en el año 2008 y la coloca de nuevo ahora.
La colocó, utilizando como sello de aparente legalidad la decisión del Senado. Si los senadores apoyan en forma mayoritaria que él viole la Constitución presentándose como candidato, ¿por qué se les llama senadores y no cajas de resonancia? No toman en público el teléfono como lo tomó en una ocasión Lila Alburquerque para consultar a Joaquín Balaguer desde la Cámara de Diputados, porque José Rafael Vargas les transmite las órdenes que recoge en el Palacio. Al visitar el Palacio en apoyo a la reelección, demostraron que no se detienen ante lo ridículo ni les da vergüenza presentarse como aduladores pagados.
El Senado sirve como pivote para mantener y reforzar el control de Leonel Fernández sobre las instituciones.
Por eso, ratificó en octubre a Roberto Rosario como juez y lo hizo presidente de la Junta Central Electoral. El 1 de diciembre, escogió a Licelot Marte como presidenta de la Cámara de Cuentas, y lo hizo porque ella ha contribuido a apañar el saqueo al Estado.
La infuncionalidad de la Cámara de Cuentas favorece la impunidad de balagueristas como Amable Aristy Castro, el hombre que compró un helicóptero en la Liga Municipal, y Héctor Rodríguez Pimentel, cuyo paso por el Estado ha generado bien fundamentadas denuncias de corrupción.
Licelot Marte dice que ha cumplido con su deber; pero su compromiso es con la práctica de no rendir cuentas, que favorece a esos funcionarios reconocidos como propietarios de lujosas mansiones y clientes apreciados de bares exclusivos.
Licelot Marte encabeza, junto a Hotoniel Bonilla y otros notables un equipo anticorrupción que apaña la corrupción… No pide cuentas de los fondos del Despacho de la Primera Dama, simula no percibir la sobrevaluación de obras y el derroche… Es un equipo de agentes de la impunidad y beneficiarios del saqueo. ¡Qué asco!
